Poder presidencial y democracia hereditaria
En la historia de Colombia, el ciudadano más distante al establecimiento que se ha aproximado al poder presidencial es Gustavo Petro y para frenarlo se han unido -como en una santa alianza- las élites tradicionales.
Los 9.300.000 votos de la Colombia Humana y la Coalición Colombia evidenciaron que quitarle el poder presidencial a las élites ya es posible. Bastaba unificar una candidatura alternativa, pero los egos y las intolerancias prevalecieron. Germán Vargas Lleras, uno de los símbolos de ese establecimiento, se desplomó estrepitosamente. Quedó Iván Duque y con él aspiran a mantener el control del Estado. Las élites dominantes podrán admitir que una u otra alcaldía o gobernación pase a manos diferentes, pero la Presidencia es la joya de la corona de esta democracia hereditaria. Es como una monarquía con elecciones, y hoy es perencejito, mañana tal vez simoncito.
Estas retrógradas élites, tras largos aplazamientos, democratizaron el acceso a alcaldías y gobernaciones, que antes se decidían en los conciliábulos bipartidistas. Esto les abrió las puertas de los gobiernos locales a líderes de movimientos alternativos. Pero el poder presidencial ha sido escriturado y en 200 años no ha salido del perímetro cerrado de unas pocas familias.
En esas élites, obvio, hay choques y tensiones, pero conservar el poder presidencial es la motivación que las unifica. Que de su seno surjan liderazgos con matices particulares, está dentro del juego permitido. Pero alguien extraño a estas élites, que no garantice sus intereses, nunca la tendrá fácil.
En teoría, las elecciones son el canal democrático a través del cual los ciudadanos pueden decidir la conformación de los poderes ejecutivo y legislativo del Estado. Y como he dicho, el más codiciado de esos poderes es el presidencial porque, en dos siglos de vida republicana, a él solo han tenido acceso los líderes que las élites han predestinado para ese cargo.
Súmele que en esta democracia hereditaria de 36 millones de electores potenciales suele votar menos de la mitad, y de ese universo un porcentaje lo hace por un billete de cincuenta mil, un puesto, un contrato o una concesión, dependiendo del estrato del elector. Agréguele que el Congreso se ha resistido al voto obligatorio, que forzaría una mayor participación. Agréguele que siguen aplazando el voto electrónico. Agréguele que cualquier elección vale mucha plata, así se trate de una curul de Concejo de un municipio de sexta categoría. La de senador o representante ni se diga.
El fiscal general ha anunciado que el país se escandalizará cuando revele unos nauseabundos hechos de corrupción electoral. Pero, lo hará después de la segunda vuelta. En las redes sociales dicen que esto es como comentarle a alguien: “Tu novia te está poniendo los cachos, pero te digo con quien después que te cases”.