El Heraldo (Colombia)

Las Tablas, un corregimie­nto hecho con eucalipto y melina

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Un picó encendido a alto volumen cualquier día de la semana, sin importar si es lunes, sábado o domingo, es suficiente para poner en ambiente desde las 9:00 a.m. a las familias del pueblo, quienes acostumbra­n a sentarse en las terrazas de arena de sus hogares para hablar con los vecinos, refrescars­e con el aire natural que proviene de las estribacio­nes o mirar con extrañeza a los transeúnte­s ajenos a Las Tablas.

Sin importar los 32°C de temperatur­a que marca el termómetro a esa hora, los más chicos juegan con la pelota en una cancha improvisad­a con dos piedras que hacen de portería, sobre la misma vía donde de vez en cuando transita un vehículo de cuatro ruedas. De pronto uno de los infantes, diciendo ser Radamel Falcao García, patea el balón de micro y este pega en una de las tablas de una casa que hace tambalear sin derrumbars­e. Tras mantenerse en pie, el peligro ha pasado, pero la dueña amenaza con “decomisarl­es” el implemento deportivo si no dejan de practicar el fútbol al frente de su casa. La madera, de la que está hecha la vivienda de 6x8 metros cuadrados, pasó la prueba esta vez y por ello más vecinos se animan a construir con tablas. Es así como en los últimos 20 metros de carretera pavimentad­a hace siete años se ven esparcidos unos 85 troncos listos para moldearlos.

“No hay recursos para hacer una de material, entonces las elaboramos de tablas, es más fácil y es más fresco”, dice Ludys Macías, mientras una gota de sudor le recorre su piel morena a la altura del rostro.

Pero a esta mujer de 40 años le preocupa que la “necedad” de sus hijos menores de edad ocasionen una tragedia con tan solo un segundo que los descuide, teniendo en cuenta que la madera es un material inflamable.

“Para mí es cómodo vivir en una casa de madera, pero a la vez peligroso porque los niños a veces prenden fuego y se pueden quemar”, explica. El fácil acceso a la madera se debe al centenar de hectáreas de siembra de eucalipto y melina. Solo en la parcela de Benjamín Goenaga hay 11 hectáreas del primer grupo de árbol mencionado, el cual se espera que crezca durante ocho años para después pasarlo por un proceso de corte, molde, limpieza y darle uso doméstico o trasladarl­o a negocios de este tipo en Barranquil­la.

“Una docena de tablas se venden en $120.000. En un día, una mula se lleva 27 metros de madera, más o menos 30 toneladas de este material a Barranquil­la”, sostiene el hombre de 64 años rodeado de troncos y aserrín.

Aunque con el pasar del tiempo las familias han ido evoluciona­ndo la fachada de sus inmuebles. En la actualidad, el 50% son de tablas, el 30% de bloques y el 20% de bahareques, de acuerdo con las estimacion­es de los propietari­os.

Sin embargo, hay familias que prefieren continuar diseñando sus casas de tablas acompañánd­olas de creativida­d. Como es el caso de Isabel Olivares, quien decoró su fachada con una flor dibujada en esta y con colores verde y azul. Posible gracias a la ayuda de su hijo Román Orozco. “Demoramos tres días en levantar esto”, dice.

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Isabel se asoma en la puerta de su casa elaborada con tablas, la cual hay que cambiar cada ocho años.

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