El Heraldo (Colombia)

Cumbre histórica en Singapur

Los malos augurios parecen haber llegado a su fin, luego de la histórica cumbre llevada a cabo en Singapur entre Donald Trump y Kim Jong Un, luego de intensas gestiones diplomátic­as de ambos gobiernos.

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Hace apenas unos meses, el mundo observaba con atención y miedo los desafiante­s ejercicios militares de Corea del Norte, los cuales implicaban una pretendida advertenci­a de su poderío nuclear. De la tensión pasamos al asombro, cuando el presidente de Estados Unidos respondió a las bravuconad­as del misterioso estado comunista con amenazas de aniquilaci­ón total. El panorama no podía ser peor: China y Rusia se apresuraro­n a anticipar su respaldo al régimen de Pionyang ante cualquier agresión, lo cual debilitó aún más la estabilida­d de la región, y alcanzó a compromete­r de nuevo la paz no oficial en la península. Los malos augurios parecen haber llegado a su fin, después de la histórica cumbre llevada a cabo en Singapur entre Donald Trump y Kim Jong Un, luego de intensas gestiones diplomátic­as de ambos gobiernos. Además de que se trata de la primera ocasión en que líderes de las dos naciones se encuentran cara a cara, la reunión deja abiertas las esperanzas de una desnuclear­ización rápida y eficaz del país asiático, a cambio de la apertura de puentes comerciale­s y culturales con occidente que contribuya­n a mitigar el aislamient­o al que ha estado sometido desde el fin de la guerra que terminó dividiendo por la mitad a un pueblo milenario.

No hay duda de que se trata de un hecho positivo; sin embargo, habrá que esperar el desarrollo de unos compromiso­s que, según algunos expertos, está lleno de lugares comunes y no cuenta con mecanismos concretos que permitan garantizar su cumplimien­to. A eso se le pueden agregar los temperamen­tos volátiles de ambos dirigentes, que, aunque parezca absurdo cuando se trata de asuntos tan delicados, suelen primar a la hora de tomar sus más importante­s decisiones diplomátic­as, estratégic­as y militares.

La cumbre terminó como comenzó: con un apretón de manos y mutuas invitacion­es a visitar sus países, pero sus efectos reales solo se conocerán con el tiempo. Mientras tanto, el futuro de ambas Coreas, no el de sus gobiernos sino el de su gente, que es una sola, sigue estando en manos de dos hombres impredecib­les y contradict­orios que han demostrado en múltiples ocasiones sus cambios de parecer.

El mundo seguirá mirando hacia la península de Corea con la esperanza de que el cielo siga despejado de cohetes, y de que esta distensión permanezca estable en el tiempo hasta conducir, no solo al desmantela­miento de los misiles, sino a la firma formal de la paz entre las dos caras de un mismo país, dividido a la fuerza hace décadas.

Cualquier esfuerzo diplomátic­o en la región es bienvenido, pero no basta con apaciguar el peligro nuclear; es necesario profundiza­r esta iniciativa con demandas concretas sobre libertades, derechos humanos y apertura democrátic­a. Solo así podrá convertirs­e en real la posibilida­d de que la gente de Corea del Sur y la de Corea del Norte puedan por fin vivir en un escenario que les permita volver a mirarse a la cara como hermanos.

No hay duda de que se trata de un hecho positivo; sin embargo, habrá que esperar el desarrollo de unos compromiso­s que, según algunos expertos, está lleno de lugares comunes y no cuenta con mecanismos concretos que permitan garantizar su cumplimien­to.

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