El próximo presidente
Este fin de semana los colombianos visitaremos nuevamente las urnas para decidir, por fin, quién será el próximo presidente. Ha sido una temporada desgastante que ha evidenciado buena parte de nuestra psiquis nacional, la que por supuesto no está exenta de una generosa dosis de infamia. Con actitudes que se asocian más con las filiaciones religiosas extremas, el fanatismo enceguecido que he podido ver entre alguna parte de quienes se definen como seguidores de uno u otro candidato logra despertar, eso sí, franco temor, mucho más que el que impone las ideologías que tanto asustan y que tanto han alimentado los febriles discursos de los últimos meses. No recuerdo una campaña más delirante en el pasado, aunque tampoco puedo decir que le he prestado demasiada atención a las anteriores, solo la justa y acotada curiosidad que nos corresponde como ciudadanos.
Pareciera que en estas elecciones está en juego todo. Múltiples voces cargadas de alarma nos repiten que estamos ante un momento crucial, único, y que la decisión que tomaremos el domingo nos va a señalar el destino de una manera inapelable. Según lo visto, durante el próximo cuatrienio será posible acabar con lo que hemos logrado en los últimos doscientos años, llevándonos a un infierno socialista con sus carencias y tragedias; o nos transformaremos en un estado opresor, coartando las libertades civiles y propiciando una especie de oscurantismo digno del medioevo. También es probable que terminemos subyugados por una lamentable combinación de ambos casos, no descartemos nada, uno suele quedarse corto en los pronósticos. Así estamos, como si fuésemos unos condenados a quienes les dan a escoger, democráticamente, cuál fórmula prefieren para consumar sus desgracias.
Creo que toda esta histeria encuentra sustento en el supuesto del supremo poder del presidente y su círculo cercano. Se ha entendido que todo, o casi todo, nos debe ser dado, que aún somos unos niños indecisos que requieren un líder contundente para decidir sobre nuestros actos, que dependemos por completo de quienes están por encima nuestro manipulando hilos invisibles que determinan todo lo que nos pasa. Las posturas salvadoras de los candidatos parecen confirmar tan desvalida posición, encantando así a sus angustiados votantes, dispuestos a seguir inequívocamente al guía hasta dónde este lo determine.
Si queremos transitar por el camino del desarrollo y el bienestar no podemos seguir pensando que el destino de este país, de cualquier país, está en manos de un presidente y sus amigos. Esa fijación mesiánica nunca ha funcionado. Ni siquiera el gran Winston Churchill, tras derrotar a los Nazis, logró mantener a su partido en el poder. Aquí, donde los logros son sustancialmente menores, deberíamos pedirle al próximo presidente que se encargue de lo básico, del transporte, los servicios y la seguridad, y que nos permita trabajar tranquilos. No son deseables las fórmulas milagrosas, somos nosotros, los ciudadanos, quienes debemos determinar nuestro porvenir.