El mal menor
El dilema de los colombianos que ayer debieron optar por el menor entre dos males ha quedado resuelto y llegó a la presidencia el mal menor. Los que pensaron que Duque es el mal menor porque no exponía la intocable propiedad privada, ni exponía al riesgo del castrochavismo, ni alejaba el flujo inversionista, hicieron cuanto estuvo a su alcance para impedir la llegada del “mal mayor” al poder. ¿Podrían garantizar que, con su candidato en el poder, desaparecerían de la vida nacional el miedo y el odio que sirvieron como motores de su campaña electoral? ¿Podrían asegurar que sus anunciados ajustes a los acuerdos de paz obedecerían a una sincera sed de justicia y no a un solapado afán de venganza? ¿Podrían escribir sobre bronce y no sobre agua que los próximos cuatro años no serán, en cuerpo ajeno, el tercer período presidencial que, tan intensamente y con todas las formas de lucha, buscó su jefe y mentor?
Se les opusieron los que aceptaron a Petro como un mal menor, porque libraba al país de ese tercer período del expresidente Uribe y porque vieron en el voto en blanco una forma de hacerse a un lado y de dejar en las manos de los otros la tarea de evitarle a Colombia los desastres de un gobierno retardatario. ¿Podrían garantizar que al país le iría mejor que a Bogotá en un gobierno del exalcalde Petro? ¿Podría esta opción superar los miedos que producen el pasado guerrillero del candidato Petro, su vieja amistad con el comandante Chávez, su voto por el exprocurador Ordóñez y la perdida batalla de las basuras en Bogotá? ¿Podrían mirar como mal menor el autoritarismo tan característico de su candidato, su arrogancia de adolescente y su sobradez de matón de barrio?
Como se ve, no fue fácil resolver el dilema de escoger el mal menor. Los dos candidatos llevaban sobre sus espaldas las pesadas cargas de su pasado y de sus limitaciones.
La victoria de uno sobre el otro no ha despejado las dudas, ni los temores. Con esta elección presidencial ha comenzado un período de incertidumbres y de sospechas. Se puede temer lo peor en materia de paz si se la sigue mirando como un botín político en vez de tratarla como el sueño de los colombianos, sobre todo de los que sí sufrieron, con todas sus sevicias, los abusos de los guerreros.
Generalmente sucede que en las elecciones presidenciales los países se trazan una ruta hacia el futuro; después de este drama de escoger entre dos males los colombianos no estamos seguros de tener ese futuro.
Pero todo esto ha coincidido con el comienzo de la fiesta mundial del fútbol. Como sucedió en aquel noviembre de 1995, cuando un país asombrado y aterrorizado por la toma sangrienta del Palacio de Justicia olvidó la tragedia con un partido de fútbol. Es la droga adormecedora que, otra vez, les impediría a los colombianos hacerle frente a sus realidades para cambiarlas.
La realidad no la hacen ni la cambian los futbolistas, tampoco una elección entre dos males, cuando lo normal es que los países busquen su presidente entre los mejores.