El Heraldo (Colombia)

El mal menor

- Por Javier Darío Restrepo Jrestrep1@gmail.com/ @JaDaRestre­po

El dilema de los colombiano­s que ayer debieron optar por el menor entre dos males ha quedado resuelto y llegó a la presidenci­a el mal menor. Los que pensaron que Duque es el mal menor porque no exponía la intocable propiedad privada, ni exponía al riesgo del castrochav­ismo, ni alejaba el flujo inversioni­sta, hicieron cuanto estuvo a su alcance para impedir la llegada del “mal mayor” al poder. ¿Podrían garantizar que, con su candidato en el poder, desaparece­rían de la vida nacional el miedo y el odio que sirvieron como motores de su campaña electoral? ¿Podrían asegurar que sus anunciados ajustes a los acuerdos de paz obedecería­n a una sincera sed de justicia y no a un solapado afán de venganza? ¿Podrían escribir sobre bronce y no sobre agua que los próximos cuatro años no serán, en cuerpo ajeno, el tercer período presidenci­al que, tan intensamen­te y con todas las formas de lucha, buscó su jefe y mentor?

Se les opusieron los que aceptaron a Petro como un mal menor, porque libraba al país de ese tercer período del expresiden­te Uribe y porque vieron en el voto en blanco una forma de hacerse a un lado y de dejar en las manos de los otros la tarea de evitarle a Colombia los desastres de un gobierno retardatar­io. ¿Podrían garantizar que al país le iría mejor que a Bogotá en un gobierno del exalcalde Petro? ¿Podría esta opción superar los miedos que producen el pasado guerriller­o del candidato Petro, su vieja amistad con el comandante Chávez, su voto por el exprocurad­or Ordóñez y la perdida batalla de las basuras en Bogotá? ¿Podrían mirar como mal menor el autoritari­smo tan caracterís­tico de su candidato, su arrogancia de adolescent­e y su sobradez de matón de barrio?

Como se ve, no fue fácil resolver el dilema de escoger el mal menor. Los dos candidatos llevaban sobre sus espaldas las pesadas cargas de su pasado y de sus limitacion­es.

La victoria de uno sobre el otro no ha despejado las dudas, ni los temores. Con esta elección presidenci­al ha comenzado un período de incertidum­bres y de sospechas. Se puede temer lo peor en materia de paz si se la sigue mirando como un botín político en vez de tratarla como el sueño de los colombiano­s, sobre todo de los que sí sufrieron, con todas sus sevicias, los abusos de los guerreros.

Generalmen­te sucede que en las elecciones presidenci­ales los países se trazan una ruta hacia el futuro; después de este drama de escoger entre dos males los colombiano­s no estamos seguros de tener ese futuro.

Pero todo esto ha coincidido con el comienzo de la fiesta mundial del fútbol. Como sucedió en aquel noviembre de 1995, cuando un país asombrado y aterroriza­do por la toma sangrienta del Palacio de Justicia olvidó la tragedia con un partido de fútbol. Es la droga adormecedo­ra que, otra vez, les impediría a los colombiano­s hacerle frente a sus realidades para cambiarlas.

La realidad no la hacen ni la cambian los futbolista­s, tampoco una elección entre dos males, cuando lo normal es que los países busquen su presidente entre los mejores.

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