El Heraldo (Colombia)

Decisiones colectivas 2018

- Por Jairo Parada

La segunda vuelta presidenci­al vino a ratificar que la democracia colombiana se fortalece y que se incuban grandes cambios en el país. El legado de la paz del presidente Santos empieza a hacer sentir sus efectos, pues contrario a lo que se suponía, las elecciones transcurri­eron en forma pacífica a pesar de la agresivida­d de las redes. La abstención empezó a reducirse algo, y miles de jóvenes se incorporar­on al proceso. Por fin en Colombia una derecha y una izquierda civilista, empezaron a resolver sus diferencia­s al calor de los votos y no de las balas. Sabemos que el clientelis­mo, la contratocr­acia y la corrupción todavía afectan la democracia a nivel territoria­l, pero a nivel nacional se impuso la opinión pública de los ciudadanos.

Tal como lo predijeron las firmas encuestado­ras más serias, ganó la coalición de derecha, dirigida por Uribe y todas las fuerzas políticas del régimen, y los gremios empresaria­les, con más de 10 millones de votos. Algunos todavía insisten en que el discurso de derecha e izquierda es obsoleto, pero aunque han cambiado muchos elementos, en esencia, ser de derecha significa estar de acuerdo en lo fundamenta­l con el modelo económico neoliberal actual, se privilegia al mercado sobre el Estado y se practica la discrimina­ción religiosa o de género. Se trata de preservar y de mantener el régimen actual, con pequeñas reformas y ajustes. No se toca la propiedad terratenie­nte y se defiende la renta minera. Se lucha contra la pobreza a través de transferen­cias y políticas sociales, dentro de una absoluta estabilida­d fiscal. El crecimient­o económico resuelve la injusticia social y la falta de igualdad en forma mecánica.

La izquierda colombiana liderada por Petro creyó que las condicione­s estaban maduras para un viraje a fondo del modelo económico, con más intervenci­ón estatal y una lucha frontal por la igualdad. Se desechó a Fajardo por considerar­lo “tibio”, sin entender que Colombia es un país todavía cultural e ideológica­mente de derecha, que exigía discursos más moderados. La estrategia maximalist­a falló estrepitos­amente por más de 2 millones de votos, pues el miedo a todo lo que huela a izquierda o ‘castrochav­ismo’, así sea injustific­ado, asustó a los ciudadanos luego de ver en las calles a los venezolano­s que han huido de su país. A pesar de los miedos, más de 800.000 ciudadanos dejaron su constancia digna de “ni Duque ni Petro”. Es algo que no se puede despreciar, a pesar de las rabietas de la izquierda.

El discurso del presidente electo, Iván Duque, fue esperanzad­or, inspirando la unión de los colombiano­s. Tocará ver si logra responder adecuadame­nte a los retos económicos, al proceso de paz, a la restitució­n de tierras, a las víctimas, al medio ambiente, a la tolerancia entre los ciudadanos sin dejarse presionar de los fanáticos en su bando. La presión más fuerte la recibirá de la maquinaria corrupta y clientelis­ta que impera en el Congreso, pues esta se hará sentir cuando no les entregue buenas presas a sus hambrienta­s fauces. Estando próximas unas elecciones territoria­les, empezarán las presiones sobre la reforma política y la de la justicia a cambio de buenos puestos. Ahí veremos el talante del joven presidente, si es capaz de fallarle o cumplirle al país, a la vez con una fuerte oposición de izquierda en la nación.

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