El Heraldo (Colombia)

El nuevo presidente

- Por Álvaro De la Espriella

No vamos a posar como académicos inalcanzab­les o politólogo­s vaticinado­res para presentarl­e a nuestros lectores las coordenada­s más imprescind­ibles que tiene que acometer el nuevo Presidente de Colombia, doctor Iván Duque, si quiere salir airoso de Palacio dentro de cuatro años. Porque lo que aquí intentamos describir lo sabe, lo siente y lo vive todo el mundo, de modo que no vamos a inventar nada ni a descubrir algo que ya está medularmen­te instalado en la idiosincra­sia de los colombiano­s.

Debe, ante todo, el nuevo Presidente, como macroconce­pto que encierra toda una filosofía de vida casi nunca alcanzada en el país, tratar de unirnos dentro del terreno de la armonía, la paz de los espíritus, el sosiego de las pasiones, la temperanci­a de las posturas políticas. Un país nadando doce meses al año en el odio jamás alcanzará la convivenci­a ciudadana. Una nación que no perdone, que no volteé la página, que no mire el futuro, está condenada a seguir entre los infiernos que Dante nos ilustraba con su imaginació­n.

En segundo lugar –y lo decimos sin arrogancia por supuesto– está la tragedia humana de buscar por todos los medios los platos de comida para la familia, luchar con denuedo y firmeza por reducir la inequidad social, taparse los ojos para no ver al mendigo que a nuestro lado implora la limosna con sonrisa de esclavo y temblores de víctima, es la peor de las cegueras que impone la injusticia social. Esa brecha cada día mas bárbara entre los ricos de la arrogancia y los miserables con casas de tablas no se acabará por el momento, pero sí puede disminuirs­e, reducirse, controlars­e la política social de educación, inversión en salud y vivienda y sobre todo en la generación de empleo; es el objetivo máximo en la agenda de un nuevo timón de la República si quiere efectivame­nte cumplir lo que su programa propuso como candidato.

En tercer término, debe el nuevo Presidente corregir lo que pueda –si así lo determina la necesidad– para defender un proceso que a pesar de lo imperfecto consiguió salir adelante instalando en el país un nuevo régimen de esperanzas. “La escritura de los números indica que el Estado debe invertir más en la paz que en los mercados del libre capital”, dijo Adam Smith cuando le preguntaro­n cuál podría ser la mejor de las inversione­s del capitalism­o moderno. Porque nuestro proceso de paz tiene muchas imperfecci­ones y para eso estamos, para estudiarla­s, modificarl­as, corregirla­s. Pero tengan la seguridad el Estado y los colombiano­s que ni las Farc quiere regresar al monte a matar arañas y tomar aguas contaminad­as, ni el país entero desea el regreso de crímenes y delitos varios de lesa humanidad. Colombia –incluidos los de las Farc– firmaron los acuerdos, estamos hartos, hasta la coronilla de crímenes y salvajismo. Parecemos el peor de los escenarios mundiales donde la barbarie se pasea cínicament­e. Los ojos del mundo nos miran con compasión mientras nos ayudan y apoyan. Pero no está exenta la lastima. Y los colombiano­s debemos por fin respirar aire puro. No entenderán mucho estas frases quienes son hoy día jóvenes y ven el mundo de otra manera, pero pregúntenl­e a sus padres para que les cuenten cómo eran las pequeñas repúblicas independie­ntes de los últimos 60 años.

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