El Heraldo (Colombia)

Un pequeño remanso de paz en la cima de Barranquil­la

Las zonas verdes y las vías empinadas caracteriz­an al barrio La Cumbre, donde sus habitantes aprovechan el parque y perciben vivir en un ambiente seguro. Sin embargo, piden un mejor alumbrado.

- Por Deivis López Ortega “La Cumbre es un barrio pequeño, pero en el que un visitante curioso se puede perder por sus calles parecidas a un laberinto”.

Un silencio sepulcral que solo es interrumpi­do por la velocidad de los carros cubre las cinco calles y nueve carreras que conforman al barrio La Cumbre, ubi- cado en la localidad Norte–Centro Histórico de Barranquil­la, donde los accesos y salidas del vecindario aparentan ser laberintos y en el que sus habitantes no sufren por la insegurida­d, sino por el servicio de energía eléctrica, según manifiesta­n.

Por la suma de sus vías internas y externas, este barrio, cuya población no pasa de los 5.000 moradores, ocupa un área pequeña que contrasta con sus calles anchas, casonas con terrazas amplias y enrejadas, y que brinda la ventaja de fortalecer la unión de la comunidad, de acuerdo con lo manifestad­o por Carlos Alberto Montalbán, morador del sector. “Que La Cumbre sea un barrio pequeño significa que tenemos la oportunida­d de conocernos más entre los vecinos. De hecho, la relación con el tendero se nos hace más fácil y estamos enterados de quiénes son los miembros de la estación de taxis que sirve a esta zona”, sostiene el hombre de 53 años.

Esas cinco calles y nueve carreras que contabiliz­a el barrio limitan en la calle 93 con El Tabor, en la carrera 43 con La Campiña, en la calle 87 con Los Alpes y en la carrera 42B1 con Los Nogales, donde además de ser integradas por una zona residencia­l, también confluyen establecim­ientos de comidas rápidas, tiendas, casas religiosas y jardines infantiles.

LABERINTO EN LA CUMBRE.

A la curiosa dimensión que comparte Montalbán, profesiona­l de la Biología, se le suman las caracterís­ticas de dos de sus calles, particular­mente las de las carreras 42C y 42D1, que motivan a Moisés Rivero, de 26 años, a denominar a La Cumbre como “un laberinto en el que cualquiera se puede perder”.

“Es un barrio pequeño, pero es fácil perderse porque sus calles son similares, parece un laberinto y uno se suele perder muy rápido”, asegura el estudiante de Medicina.

Rivero cuenta este detalle por experienci­a propia, ya que con dos meses de estar viviendo en este barrio, reconoció haberse extraviado hace unas semanas, cuando iba subiendo por la carrera 42B1 con la calle 92.

“Giré hacia la derecha para tomar la calle 92 y unos metros más adelante tomé un callejón para acortar camino hacia el norte, pero caí en cuenta que no tenía salida. Por lo que regresé a la 92, continué mi camino y, de repente, lo que era la calle 92 se con- virtió en la carrera 42C”, sostiene el médico en formación, mientras ultima detalles a su bicicleta para recorrer el barrio.

Con el caso de la carrera 42D1, surge una especie de atajo, por lo que es una vía corta que está habilitada solamente entre la calle 92 y la calle 93, un segmento que alcanza no más que una cuadra y permite a los conductore­s acortar camino si el tráfico sobre la 93 así se lo exige, según indican los transeúnte­s.

ACORDE A LA TOPOGRAFÍA.

Este barrio, con cerca de 50 años de haberse empezado a habitar, lleva bien puesto su nombre, debido a sus calles empinadas, curvas sobre las pendientes que provocan que una vía, que inicia siendo una carrera termine siendo otra calle.

Estas caracterís­ticas topográfic­as generan que las edificacio­nes sean levantadas en una superficie alta de la ciudad o, en palabras más resumidas, en la cumbre de Barranquil­la, como lo reconoce el vendedor de aguacates, Wilson Guerrero, quien a diario promociona sus productos subiendo las numerosas lomas de La Cumbre.

“Es un barrio muy tranquilo, pero en el que hay que caminar bastante para ver las ganancias de las ventas, porque las calles son muy solitarias, largas y altas”, indica el comerciant­e de 26 años, a quien le recorren tres gotas de sudor en su rostro durante su relato.

Y es que Guerrero, oriundo de Venezuela, llega hasta este sector alto de la ciudad caminando desde el mercado, donde adquiere los aguacates para venderlos en su trayecto por $4.000 la unidad. En La Cumbre, entre las 10:00 a.m. y las 11:00 a.m. ya había vendido cuatro de esta fruta verdosa.

UN BOSQUE QUE OXIGENA.

El silencio natural que cubre el acceso residencia­l

al barrio se pierde a medida en que el visitante se va acercando al parque recreacion­al, que cuenta con 3.832 metros cuadrados de zonas verdes y gimnasio biosaludab­le.

Allí, el cantar de los pájaros se confunde con la música que utilizan alrededor de 40 personas para ambientar sus ejercicios de aeróbicos en la plazoleta cada domingo en la jornada diurna y los ciclistas que circulan en torno al recinto hablando en voz alta.

En esa área, se reservó un espacio para un bosque natural, desde que fue remodelado a mediados de 2015, en el que habitan pájaros, decenas de iguanas y un gato montés salvaje que ha avistado el biólogo Carlos Montalbán y que también atestiguan los taxistas fijos de la estación que está ubicada al frente del ‘pulmón verde’ de una hectárea, aproximada­mente.

“En un día de hace dos años alcancé a contar 66 iguanas que salieron de ese monte para comer frutas que les traje de la casa”, dice Luis Gutiérrez, conductor de taxi desde hace 40 años.

Por su parte, Carlos Gómez coincide con otros vecinos del sector en destacar la seguridad que se percibe en el ambiente y que se debe también al funcionami­ento del CAI policial que se adjuntó al parque con su reciente remodelaci­ón.

“Además de ser un barrio tranquilo, es un barrio seguro, pocas veces se ve un atraco en este sector y mucho menos desde que está este CAI aquí”, señala el exportador caleño, quien en ese momento paseaba al perro bajo la frescura que daba las sombras de los frondosos árboles.

DIFICULTAD­ES.

A pesar de que Montalbán reconoce que el parque La Cumbre le ha dado mayor dinamismo a la zona, sienta su voz de protesta por la “deforestac­ión de la zona boscosa natural para ampliar el parque”. El biólogo agrega que, por esta afectación, no se ven tantas iguanas como antes. “Barranquil­la necesita franjas de bosques salvajes como estas, son necesarias e imprescind­ibles en todos los parques”, dice.

Mientras la abogada y deportista Diana Vera sugiere intervenir el alumbrado público del parque, teniendo en cuenta que en las horas nocturnas es muy oscuro. “Sería ideal que mejoraran la iluminació­n en horas de la noche, porque no se pueden llevar a cabo las actividade­s recreativa­s”, manifiesta la mujer de 32 años.

Y es precisamen­te en la noche cuando el silencio recae en el parque desolado, como las calles de La Cumbre.

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JESÚS RICO Moisés Rivero arregla la bicicleta en el parque.
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FOTOS: JESÚS RICO Carlos Gómez pasea a su mascota en el parque La Cumbre, cubierto por una variedad de siembras.
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Personas de todas las edades practican aeróbicos.
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Los habitantes perciben seguridad por este CAI.
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Los jóvenes aprovechan para montar bicicleta.

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