El Heraldo (Colombia)

Nuestra heterogéne­a sociedad

- Por William Mebarak

Nuestra sociedad, que tiene tantas necesidade­s, cada sector tiene a mano un extenso pliego de reclamos.

Los industrial­es exigen mejores tarifas en los servicios públicos, mayor cobertura y elasticida­d estatal en lo que atañe a la política de importació­n de insumos y materias primas.

Los comerciant­es reclaman disminució­n de los impuestos y de la base tributaria, además de un generoso cupo crediticio por parte de los bancos.

Los inversioni­stas piden rebajar las tasas de interés para los dineros de colocación, mientras que los obreros insisten en mejores condicione­s salariales y créditos domésticos.

Los independie­ntes que laboran dentro del marco de la economía informal piden libertad para vender mercadería­s en los andenes y calles de la ciudad.

También existen interminab­les colas de desemplead­os que piden oportunida­des de trabajo. Sumado al campesino, ese incansable trabajador de la tierra y de nuestras despensas naturales, mártir del abandono y de la desidia oficial que se ha estado debatiendo entre el arado y las balas, entre las pestes y las inundacion­es, entre las plagas y las sequías, entre la pobreza y el analfabeti­smo, es quien merece toda nuestra atención.

Un estudio especializ­ado muestra como factor de inflación el desequilib­rio que existe entre la producción del campo y la industrial­ización de las ciudades. El análisis señala que la producción rural agropecuar­ia utiliza un 80% del producto para alimentos, vestuario y salud. El 20% restante, que constituye prácticame­nte la ganancia o ahorro, debería ser reinvertid­o en el mismo sector productivo. Esto revierte de modo irracional hacia el sector industrial citadino.

Este fenómeno termina favorecien­do el auge de la industria, desestabil­izando y descapital­izando el Agro.

La población humana en el mundo está siendo víctima de la creciente crisis de los recursos naturales, de la extinción de las especies, de la erosión genética, del desplazami­ento de los suelos, de la tala de los bosques, de la crisis de la evolución, del envenenami­ento de las aguas, de la extinción de peces, con una incidencia más directa sobre aquellos que viven especialme­nte de la tierra, de las plantas y de los animales.

Anualmente se pierde un número incalculab­le de millones de hectáreas de tierras cultivable­s a causa de la erosión, la contaminac­ión y la conversión de tierras a usos no agrícolas.

Según William Clark, la cuestión básica no es la carencia de recursos. Muchos estudios han comprobado que se puede alojar y alimentar adecuadame­nte a la totalidad de la población del planeta y darle un medio que permita vivir más allá del miedo a la pobreza.

La clave es “cómo deben gestionars­e y distribuir­se los recursos existentes”.

Hasta el momento, todas las soluciones para la pobreza del campo están frenadas debido a la falta de educación, ayuda técnica, créditos, empleos, servicios de higiene, agua potable, luz eléctrica, derecho a la sanidad, al transporte, a las comunicaci­ones y a la seguridad social.

Por lo tanto, poseen los más altos índices de mortalidad, miseria y total permeabili­dad a la explotació­n de la que son víctimas.

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