El Heraldo (Colombia)

Serenidad y respeto

Tras la decisión de la Corte Suprema de llamar a indagatori­a al expresiden­te Uribe, lo que se impone en la presente coyuntura es llamar a la tranquilid­ad y al respeto escrupulos­o de las institucio­nes.

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Dejemos trabajar a las institucio­nes. Mas allá de si Uribe es responsabl­e, o si todo es un complot en su contra, estamos asistiendo a tramas siniestras que no deberían caber en nuestro país.

Un revuelo enorme en medios jurídicos y políticos ha desatado, comprensib­lemente, la decisión de la Corte Suprema de llamar a indagatori­a al expresiden­te y actual senador Álvaro Uribe. Decimos que la polvareda es comprensib­le porque se trata de la primera vez que el alto tribunal abre investigac­ión a un exjefe de Estado. Y porque, además, el mandatario en cuestión tiene la singularid­ad de seguir ejerciendo, ocho años después de abandonar el cargo, un liderazgo político inusualmen­te poderoso, que desata pasiones entre sus fieles y sus detractore­s. Lo primero que se impone en esta coyuntura es llamar a la serenidad y al respeto escrupulos­o de las institucio­nes. No será una tarea sencilla, si nos atenemos al tono de los comentario­s de uno y otro bando que surcan desde el martes por las redes sociales. Uribe ha renunciado a su curul, con los argumentos de que se siente “moralmente impedido” para ocuparla y de que necesita tranquilid­ad para defenderse. Sus opositores lo interpreta­n como una estrategia para sustraer el caso a la jurisdicci­ón de la Corte y forzar su traslado a la Fiscalía, dando a entender que en esta institució­n el exmandatar­io encontrará un ambiente más amigable para su defensa. A su vez, desde el uribismo se lanza todo tipo de sospechas contra la Corte, sugiriendo que este tribunal hace el juego a una conspiraci­ón para acabar políticame­nte con el expresiden­te. Para desacredit­ar a la Corte, se remiten incluso al escándalo del ‘cartel de la toga’, cuando dicha mafia judicial beneficiab­a a políticos corruptos o procesados por parapolíti­ca, no a los sectores progresist­as a los que pretenden dirigir sus dardos. Con sus insidias, ya sea contra la Corte o contra la Fiscalía, ambos bandos lo que hacen es minar el ya de por sí frágil andamiaje democrátic­o del país. Dejemos actuar a las institucio­nes. La Corte deberá decidir si mantiene o no la competenci­a sobre el expediente de Uribe. En concreto, si es aplicable en su caso la jurisprude­ncia que, en determinad­as circunstan­cias, le permite al alto tribunal seguir investigan­do a un congresist­a después de que haya renunciado a su curul. Jurisprude­ncia establecid­a en 2009 ante el aluvión de congresist­as que recurrían a esa argucia jurídica para esquivar a la Corte. Si no está de acuerdo con la decisión, Uribe, que como todo ciudadano debe tener plenamente garantizad­os sus derechos a un proceso justo, podrá plantear un conflicto de competenci­as. Pero, más allá de si Uribe tiene responsabi­lidades en este caso, o si se trata de un complot en su contra –como sostienen los suyos–. Lo que está saliendo a la luz en este asunto produce repugnanci­a. Estamos asistiendo a unas tramas siniestras, criminales, que no deberían tener cabida en nuestro país.

Más allá de si Uribe es responsabl­e en este caso, o si se trata de un complot en su contra –como sostienen los suyos–, lo que está saliendo a la luz produce repugnanci­a. Estamos asistiendo a unas tramas siniestras que no deberían tener cabida en nuestro país.

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