Sobre los Juegos
Cuando hace cuatro años se anunció que nuestra ciudad sería la sede de los Juegos Centroamericanos y del Caribe, publiqué un par de columnas en las que manifesté que con esa designación se presentaba una buena oportunidad para, además de renovar la infraestructura deportiva, lograr algún tipo de impacto en la calidad de los espacios públicos aledaños a los escenarios que albergarían las competiciones. Hoy, cuando las justas se están celebrando con éxito, es necesario reconocer que los nuevos espacios deportivos lograron culminarse de buena manera, que sus diseños resultaron apropiados y medidos, y que se llevó a cabo un esfuerzo importante para mejorar sus entornos inmediatos. Con estas obras Barranquilla ha dado un paso importante para vencer la incredulidad que todavía, aunque cada vez menos, se cierne sobre nuestras iniciativas de inversión en infraestructura pública.
Hay, claro, algunos aspectos por mejorar, detalles por terminar y procesos por optimizar; pero en términos generales, salvo imprevistos que ojalá no tengamos, estos juegos deberían transcurrir sin mayores contratiempos. Esto debe entenderse como un gran logro para todos los barranquilleros, al fin y al cabo buena parte de nuestros aportes tributarios se han invertido en la planeación y puesta en marcha del evento.
Quizá el mayor lunar hasta ahora se relaciona con la reventa de boletas, un fastidioso fenómeno que siempre ha resultado muy difícil de controlar. Creo que, aunque buena parte de la responsabilidad pesa sobre los hombros de las autoridades y de los responsables de la venta, los ciudadanos también podemos poner de nuestra parte, evitando comprar las entradas revendidas, prefiriendo así perdernos de un determinado evento en lugar de patrocinar el abuso. Vale la pena prestarle mucha atención a esto y que sean más explicitas las sanciones, si es que las hay.
El reto fundamental, una vez se terminen las competiciones, será asegurar el mantenimiento de toda la infraestructura que se ha construido. No será fácil, dado que experiencias previas nos demuestran cuánto nos cuesta mantener lo que hacemos. Algunas ideas, como entregarles unos escenarios a instituciones que los puedan administrar, pueden merecer una revisión con juicio. Sin embargo, la ciudadanía tiene mucho que ver con esto, presionando a las administraciones cumplir con su tarea, pero sobre todo, cuidando y vigilando que las obras se mantengan con constancia y rigor.
Uno de los legados más importantes que dejan este tipo de eventos en las ciudades que los albergan, es que logran subir la moral de sus ciudadanos y elevar su sentido de pertenencia. En estos primeros días de competiciones da gusto ver cómo hay comportamientos que están mejorando. Se están dando unos pasos, todavía tímidos, que posiblemente nos lleven al renacer de aquel espíritu cívico que era tan común en la Barranquilla de la primera mitad del siglo pasado, cuando éramos una ciudad referente a nivel nacional. Quiero pensar que es posible.