El Heraldo (Colombia)

No todo lo que brilla es oro

- Por Marcela García Caballero @marcelagar­ciacp

Durante meses, Hispanoamé­rica estuvo pegada a la serie de Netflix Luis Miguel, una que trata sobre la vida del artista mexicano Luis Miguel Gallego Basteri, en especial, sobre su turbulenta infancia y adolescenc­ia. Desde que comenzó fue un éxito rotundo, sobrepasan­do límites de audiencia, llevando a la fama inmediata a sus protagonis­tas y conectando a millones con la historia de un hombre que, hasta ese momento, se había caracteriz­ado por mantener su vida privada alejada del público.

Por años sus fanáticos se hicieron las mismas preguntas: ¿qué fue lo que le pasó a su madre?, ¿cómo era verdaderam­ente la relación con su padre?, ¿sabía acerca de la existencia de su primera hija?, ¿quiénes fueron los grandes amores de su vida? Pero siempre las respuestas quedaban en el aire, pues nunca el ‘Sol de México’ se había atrevido a contar su versión de los hechos.

Es por esta razón que apenas se empezó a grabar la serie, una que tenía el sello de aprobación del mismo Luis Miguel, el mundo entero se puso a la expectativ­a, pues querían conocer un lado del artista que jamás había mostrado, uno que definitiva­mente no brillaba como sí lo hacía su nombre.

Sin embargo, creo que nadie se esperaba encontrar una historia tan triste, tan inhumana y tan devastador­a. Detrás de este ídolo que para la mayoría era una persona que lo tenía todo, se encontraba, y aún se debe encontrar, un hombre que careció de lo importante. Luis Miguel pudo tener éxitos, mujeres, dinero, fama, viajes y belleza desmedida, pero podría jurar que lo cambiaría todo por una vida distinta, una en la que su padre no lo hubiese explotado desde niño, una en la que su padre no lo hubiese robado y, sobre todo, una en la que su padre no le hubiese impedido crecer sin tener a su madre al lado.

La historia del ‘Sol’ muestra lo oscuro que puede llegar a ser un detrás de bambalinas y nos recuerda que la felicidad no es capaz de ser comprada. Es por ello que ahora me he convertido en una fan más de Luis Miguel, pero no por su música, una que pegó cuando yo era todavía muy niña para saberlo, sino por su capacidad de recibir golpes y hacerse más fuerte. Razones de sobra tuvo para renunciar a su sueño, para acabar con todo y para olvidarse de su público, pero él se cayó y siguió andando, lo intentaron derribar y él siguió cantando, lo quisieron acabar, pero él acabó triunfando.

Así que me tomo el atrevimien­to de utilizar esta columna para recomendar esta serie, pues más allá que entretenim­iento, lo que nos da son lecciones de vida. Apreciar la simplicida­d de las cosas, buscar amor y no dinero, no juzgar a otros sin conocerlos, no envidiar lo que otros aparentan tener y apreciar a los que nos aman sin esperar nada a cambio.

Porque así como se lo dice a Luis Miguel, su entonces mánager Hugo López en el último capítulo de la serie, “la vida se esfuma, boludo. Se esfuma. La plata, la carrera, los discos, la fama. Todo eso se va. Lo que nos queda son la gente que nos quiere”. Y vaya que tenía razón.

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