El Heraldo (Colombia)

Veintitrés puñaladas (II)

- Por Jaime Romero Sampayo

Dice Plutarco que es más fácil prever el destino que guardarse de él. Y sin duda la fatalidad es protagonis­ta principal en Crónica de una muerte anunciada. Poco antes del asesinato, Pablo Vicario le dijo a su hermano Pedro: “Esto no tiene remedio: es como si ya nos hubiera sucedido”. A Plutarco de seguro le habría encantado esa referencia de García Márquez a “una mariposa sin albedrío cuya sentencia estaba escrita desde siempre”.

Mucha gente sabía que ese día iban a matar a César, algunos trataron de avisarle. Artemidoro incluso le entregó un papelito donde le explicaba todo el complot. “César lo cogió, pero la muchedumbr­e que le salía al paso le impidió leerlo, por más que lo intentó repetidas veces, y entró en el Senado llevándolo en la mano”.

Alguien metió por debajo de la puerta un papel “en el cual le avisaban a Santiago Nasar que lo estaban esperando para matarlo, y le revelaban además el lugar y los motivos, y otros detalles muy precisos de la confabulac­ión. El mensaje estaba en el suelo cuando Santiago Nasar salió de su casa, pero él no lo vio”.

A la entrada del Senado, Julio César vio a Spurinna y se burló: ya habían llegado los idus de marzo y nada había sucedido. El advino replicó que ya habían llegado, sí, “pero no habían pasado aún”.

“Recibió veintitrés heridas, y solo a la primera lanzó un gemido”. Parecido a Santiago Nasar, quien “después de la tercera cuchillada, soltó un quejido de becerro”, pero con las otras “no volvió a gritar –dijo Pedro Vicario al instructor–. Al contrario: me pareció que se estaba riendo”.

A Julio César lo recogieron del suelo y se lo llevaron muerto tres esclavos a su casa “colocado sobre una litera, con un brazo colgando”. A Bayardo San Román, “postrado por el alcohol”, se lo llevaron en una hamaca: “costaba creer que lo llevaran vivo, porque el brazo derecho le iba arrastrand­o por el suelo”.

Ahora bien, García Márquez fue un genio de las letras, pero no de los números, y contar raro con los dedos casi que fue un sello de coquetería propio de su obra: si contamos con cuidado las puñaladas a Santiago Nasar, en realidad no fueron 23, sino 24… Pero, como diría el mismo Gabo en el susodicho artículo ante una imprecisió­n similar de Thornton Wilder: “un escritor grande no podía detenerse en esas menudencia­s racionalis­tas”.

García Márquez parece que no, pero sí. Sin embargo, lo cierto es que tiene el paladar bien fino para distinguir y aprender lo mejor de los mejores autores clásicos. ¿Qué frase más garciamarq­uiana que esta de Suetonio refiriéndo­se a los asesinos?: “Casi ninguno le sobrevivió más de tres años ni murió de muerte natural (…). Algunos se dieron muerte a sí mismos con el mismo puñal que habían utilizado para agredir a César”.

A su vez, pocas le habrían gustado tanto a Suetonio como la de la escena final de la novela, cuando Wenefrida Márquez lo ve arrastránd­ose para entrar por la puerta trasera: “–¡Santiago, hijo –le gritó–, qué te pasa! Santiago Nasar la reconoció. –Que me mataron, niña Wene– dijo”.

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