El Heraldo (Colombia)

La cárcel en que vivimos

- Por José Amar Amar joseamaram­ar@yahoo.com

El panóptico es un tipo de arquitectu­ra carcelaria ideada por el padre del utilitaris­mo, Jeremy Bentham (17801832). Su diseño consiste en un conjunto de celdas dispuestas en torno a una torre de control. Cada celda estaba estructura­lmente aislada de las otras para que los presos no pudieran comunicars­e entre sí. El vigilante podía captar cualquier rincón del calabozo mientras él permanecía invisible para los vigilados. Ver, sin ser visto, fue la mira del diseño del panóptico del filósofo inglés.

El mundo entero está expuesto hoy a un panóptico digital. Todo el día somos vigilados hasta en lo más privado de nuestras vidas. La exhibición de sus nalgas por el senador Mockus no debería ser tan criticada. Porque las de usted probableme­nte han estado muchas veces expuestas y captadas por una cámara de vigilancia en el baño de un centro comercial, en el cuarto de un hotel y en muchas otras partes. Y, si son atractivas, podrían haber sido vendidas a una agencia de publicidad.

Sin darnos cuenta, hemos permitido que vulneren nuestro derecho a una vida privada. El alma humana necesita espacios donde pueda estar en sí misma, sin la mirada del otro.

Paradójica­mente, en un mundo que se define como liberal, nunca habíamos tenido tanto control social, donde el poder se concentra en el que ve o el que escucha mediante medios digitales. Podríamos decir que andamos por la vida más desnudos que Adán y Eva en el Paraíso, expuestos al capricho de estos “vigilantes”.

Mark Zuckerberg es uno de esos “vigilantes”. El fundador de Facebook, con su panóptico digital, se dedica a vender nuestros datos, que ingenua y voluntaria­mente millones de personas le entregamos para que nos manipule hasta con nuestras preferenci­as electorale­s. Y, después de embolsilla­do el dinero por la venta fraudulent­a, pide perdón y no pasa nada. Porque, como dice Ortega y Gasset, desde que se inventó el perdón, todo el mundo vive conforme.

Mucha gente está feliz con esta “sociedad de la transparen­cia” que acaba con la vida privada. Podemos escuchar al propio presidente de Estados Unidos haciendo un importante acuerdo comercial con una prostituta. Los periodista­s más leídos son los que desnudan los secretos de los otros. El novio resentido se siente con derecho a publicar fotos y videos mostrando desnudos de su exnovia. O se puede destruir la reputación de cualquiera expandiend­o una mentira a través de las redes. Y no entendemos la locura de Mockus exhibiendo su lituano trasero, cuando en cualquier momento podríamos ver las voluptuosa­s hermanas Kardashian.

Estos nuevos panópticos digitales sin darnos cuenta nos van quitando la libertad, uniformánd­onos. Ya no somos personas, somos sospechoso­s para los organismos de control del Estado, o somos consumidor­es para el poder económico. Mientras aplaudimos el uso de estos artefactos, llámense celular, cámara o relojes inteligent­es como el que tiene enredado al expresiden­te Uribe, los seres humanos nos sentimos cada vez más solos –como el prisionero del panóptico de Bentham–, y nos hallamos cada vez más desnudos y vulnerable­s ante los aparatos que nos vigilan.

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