El Heraldo (Colombia)

¡Escándalo!

- Por Alonso Sánchez Baute @sanchezbau­te

La revista Jet-Set le da carátula este mes al último escándalo real en España, el cual se resume así: hace unas semanas se conocieron las grabacione­s que un agente del Centro Nacional de Inteligenc­ia le hizo a Corina Zu Sayn-Wittegenst­ein sin que ella lo supiera. Corina era la amante por la que Juan Carlos quiso divorciars­e de la reina Sofía, la misma que organizó el famoso safari del que se publicaron las fotos del hoy rey emérito cazando elefantes. Corina afirma en estas cintas que Juan Carlos la usó como testaferro para que ella lavara en sus cuentas suizas los miles de millones de euros que él recibe por corrupto.

Que cite a la revista JetSet no es gratuito: a pesar de su gravedad, la noticia ha circulado más en los diarios amarillist­as de España o en las revistas del corazón, tipo Hola! o Vanity Fair, que en El País o La Vanguardia. El País, de hecho, minimizó el tema hace ocho días en un muy extenso reportaje titulado El show de Corina. El show de Corina no es más que un asunto de chismes de cocina, de rumores de peluquería.

Número cero, la novela de Umberto Eco de la que Saviano dijo que es un manual de comunicaci­ón de nuestro tiempo, afirma en una de sus páginas: “¿Por qué se debe decir que ha habido un accidente en Bérgamo e ignorar que ha habido otro en Messina? Porque no son las noticias las que hacen el periódico sino el periódico el que hace las noticias”. Es por esto que estos mismos diarios que hoy callan las malas andanzas de Juan Carlos son los mismos que hace menos de un mes publicaron al menos una nota al día detallando la entrada a prisión de Iñaki Urdangarin, el yerno caído en desgracia del que hoy se sabe, por cuenta de las cintas de Corina, que desde el principio estuvo aconsejado por Juan Carlos.

La corrupción viene de Roma (y quizá antes), pero cada vez se vuelve más insostenib­le y con unas cifras con tantos ceros que a veces cuesta leer. Cada día surge un nuevo escándalo, bien sea en una democracia, en una dictadura o en una monarquía; y sin importar que los corruptos sean de derecha o de izquierda (basta ver en Netflix El Mecanismo, la serie sobre la trama Java Lato que descubrió los sobornos de Odebretch).

Sin embargo, el escándalo no pasa de ser un señalamien­to personal. Los medios ponen todos sus reflectore­s sobre una determinad­a persona siempre y cuando se trate del eslabón más débil de la cadena, que es, quizá, además, el que menos gana. Los que sostienen el engranaje –Maduro, el presidente que no vio al elefante–, nunca caen porque los intereses involucrad­os son incluso superiores a ellos. Y si caen –como el rey emérito–, piden perdón, se lavan las manos y todo sigue como si nada. Ellos en el poder, robando como siempre, y los medios alrededor, callando. Algunas veces, incluso, como meros cómplices.

La corrupción es un negocio tan próspero y con tantos intereses involucrad­os que son muy pocos realmente a quienes les interesa enfrentarl­a. Pronto será no más que un tema trivial. Como para comentar en la peluquería.

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