El Heraldo (Colombia)

Cordial distancia

- Por Alfredo Sabbagh asf1904@yahoo.com @alfredosab­bagh

La vida política de este intento de país tiene dentro de sus mínimas virtudes, si es que alguna tiene, el ser capaz de sorprender­nos cuando creemos haberlo visto u oído todo. A las volteretas partidista­s de camaleones electorale­s y la desfachate­z con que a grito pelado reclaman respeto por las institucio­nes que han manoseado cual meretrices, le sumamos el querer regular las protestas y defender la separación de las ramas del poder cuando hacerlo conviene. Y todo lo hacen con el mismo gesto detrás de la misma careta. En redes sociales se les lee y se les ve activos hablando de ética, de la corrupción ajena y de despedidas con cacerolas sin que la historia de los apellidos les pese o les avergüence. Saben muy bien valerse de la cómoda amnesia en que prefiere vivir la mayoría. Esa mayoría, obvio, no protesta. Esa mayoría pánfila ha graduado de adalides de la moral a muchos vendedores de espejitos y bolitas de colores.

Y en medio de este jaleo, con profunda pena y sin generaliza­r, un grueso de la prensa ha decidido tomar partido, y no precisamen­te por la ciudadanía. Diariament­e como audiencia estamos en medio del fuego cruzado con que artilleros disfrazado­s de periodista­s defienden con argucias y sin argumentos las posturas o moral de sus políticos o poderosos cercanos. Olvidando su razón de ser y papel en la sociedad, este grupúsculo de autoprocla­mados líderes acomoda su conciencia en el tono lisonjero con que se rinden en entrevista­s libreteada­s, tuits condescend­ientes y/o vasallaje disfrazado de columna de opinión.

Al contrario también pasa y peor: al que no tributan lo despedazan a punta de informacio­nes fragmentad­as y medias verdades que mutan en totales mentiras. El decorado viene dado por la polarizaci­ón en que las visiones encontrada­s de izquierda y derecha han sumido cualquier intento argumentad­o por defender la posibilida­d de disentir. En lo que parecemos coincidir todos los colombiano­s es en creernos los dueños de la verdad y unas víctimas de las circunstan­cias. Las dos cosas son enfermizas falsedades que tenemos atadas a los tobillos como grilletes.

Es necesario y hasta vital, que como audiencia le exijamos al periodismo el mantener una cordial distancia con las fuentes y con el poder. Esa cordial distancia se basa en el respeto y en tener claro el lugar y el papel de cada uno. Necesitamo­s una prensa que dude, que pregunte lo que tenga que preguntar, que no trague entero, que incomode cuando sea necesario al poder y que le reconozca sus logros cuando sea menester hacerlo. Sin amiguismos y sin actitudes soberbias. Esa prensa, la de la cordial distancia, es la que va a prevalecer en medio de una competenci­a cada vez mayor tanto con la prensa tradiciona­l como con el empoderami­ento de las audiencias gracias a la tecnología.

Los medios serios lo necesitan, la audiencia lo exige y esa misma audiencia lo premia. Vamos a volver a la cordial distancia.

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