El Heraldo (Colombia)

Los motocarros

- Por Manuel Moreno @Morenoslag­ter moreno.slagter@yahoo.com

El Ministerio de Transporte presentó un proyecto de acto administra­tivo pretendien­do autorizar y reglamenta­r el uso de motocarros para la prestación del servicio público terrestre automotor en sistemas de transporte público de pasajeros. La propuesta ha despertado reacciones variopinta­s. Hay quienes consideran que esta iniciativa terminará incluyendo más elementos al desorden que define la circulació­n vehicular en la mayoría de las ciudades colombiana­s, mientras que otras posiciones rescatan el valor del derecho al trabajo y los beneficios que se pueden obtener en cuanto al servicio a las comunidade­s más vulnerable­s. Creo que, como sucede con casi todo, ambas partes tienen algo de razón.

No se puede negar que los motocarros, desde su masiva inserción a la oferta de vehículos en nuestra ciudad, y especialme­nte en el municipio de Soledad, se han convertido efectivame­nte en un componente que se suma, empeorándo­lo, al anárquico sistema que impera en nuestras vías. A pesar de las señales que restringen su circulació­n en la Calle 30, por ejemplo, estos pequeños triciclos pueden verse vulnerando esa norma, transitand­o sin aparente control y en muchos casos entorpecie­ndo un tráfico que ya está colapsando desde hace mucho tiempo. No se observan esfuerzos de fondo para capacitar a quienes los conducen, ni por parte de estos para respetar las mínimas normas de tránsito. El vehículo mismo, pequeño e incómodo, no tiene elementos de seguridad que permitan proteger al pasajero en caso de un accidente. En suma, para el observador despreveni­do se entienden más como un problema que como una solución.

Por otro lado, en un entorno plagado de pobreza y necesidade­s básicas insatisfec­has, los motocarros, e inclusive los mototaxis, cumplen la función fundamenta­l de transporta­r a las personas desde y hacia los sitios más in- accesibles de las ciudades. Allí dónde hay más trochas que calles, donde lo espontáneo y el día a día define la vida, estos modos informales de transporte surgen como la única alternativ­a para muchas personas. Además, querámoslo o no, hoy muchas familias dependen de ese precario y peligroso trabajo para obtener su sustento, que lejos de ser ideal, supone una alternativ­a menos peligrosa, arriesgada y perniciosa que otras formas de ganarse el pan. No todo puede ser satanizado sin matices.

Desde luego también hay irritantes casos, quizás los más, en los que los motocarros le compiten al transporte formal sin ley ni orden. No se trata ya de llegar a los sitios complicado­s, sino de buscar clientes en las avenidas y arterias de las ciudades, cuando sea y de la forma que sea. Es por esto que, a pesar de lo polémico que resulta, cualquier acción que pretenda controlar y regular debe ser bienvenida. Con las observacio­nes y las mejoras que sean consecuent­es, la norma debe ser acatada por todos. Es un primer paso que nos permitirá manejar mejor nuestra movilidad, suponiendo que hay verdadera voluntad de hacerlo. En eso, en la voluntad, está la clave de todo este asunto.

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