El Heraldo (Colombia)

Un silencio muy elocuente

- Por Bertha C. Ramos berthicara­mos@gmail.com

Asombra el matiz de eternidad que tiene a veces la palabra. En la Antigua Grecia la tragedia clásica y la comedia ya ventilaban las anormalida­des propias de la naturaleza humana, los vericuetos de la ley y del poder, las contradicc­iones y las causas del sufrimient­o de un héroe que, por ignorancia o equivocaci­ón, desafiaba al destino. Ya existía entonces en la sociedad griega la necesidad de representa­rse críticamen­te tanto moral, como políticame­nte, con el fin de reconocers­e y construirs­e. Ambos géneros retrataron los acontecimi­entos políticos y económicos de una Atenas –ya encaminada a la decadencia– en la que temas como la corrupción, la deuda pública y la asociación con el poder para delinquir, además de la reivindica­ción de la virtud como atributo de quienes dirigían los destinos de una sociedad, fueron tratados por personajes como Sófocles, Esquilo, Eurípides y Aristófane­s, los representa­ntes más importante­s de la dramaturgi­a en la Antigua Grecia. Transcurrí­a el siglo V a.C. cuando quién sabe qué clase de entuerto llevó a Sófocles a decir: “Hay algo amenazante en un silencio demasiado grande”, y es por efectos de una sentencia tan categórica, y de la perdurabil­idad de la palabra en la memoria colectiva, que ella sigue vigente en nuestros días.

En Colombia nos hemos habituado a que el silencio sea parte de la cotidianid­ad. La ética, que como la política contempla al individuo en calidad de ciudadano y con responsabi­lidad para comportars­e regido por una razón enmarcada en principios morales universale­s, parece estéril frente al manto de silencio que recubre ciertos hechos de importanci­a capital para el país. Con la emergencia presentada en Hidroituan­go, el que sería el proyecto hidroeléct­rico más grande del territorio colombiano, está ocurriendo que –como sucede en Colombia– luego de la algarabía inicial, a los grandes chascos les siguen enormes silencios. En el momento el país recibió confusa informació­n que en un principio asegurara que la situación estaba bajo control y no representa­ba riesgo para la comunidad, pero que, tiempo después, advertiría una tragedia de grandes proporcion­es. Desde entonces han transcurri­do casi tres meses, y entre el éxodo venezolano, el fútbol, las elecciones presidenci­ales y el rosario de demandas judiciales, lo ocurrido en Hidroituan­go parece que ha comenzado a ser uno más de los sucesos inverosími­les sobre los que nadie se pronuncia con certezas. Aún no se habla de sanciones o responsabi­lidades. Las más recientes declaracio­nes del gerente de EPM confirman “que aún no pueden realizar un diagnóstic­o de cómo quedaron las obras del complejo luego de la emergencia”. Un silencio muy elocuente se mantiene. Hay algo que no se dice todavía, “algo amenazante en un silencio demasiado grande”; algo que, como el Metro de Medellín –si bien es una obra admirable–, me temo que finalmente acabará afectando el bolsillo de los contribuye­ntes.

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