Un silencio muy elocuente
Asombra el matiz de eternidad que tiene a veces la palabra. En la Antigua Grecia la tragedia clásica y la comedia ya ventilaban las anormalidades propias de la naturaleza humana, los vericuetos de la ley y del poder, las contradicciones y las causas del sufrimiento de un héroe que, por ignorancia o equivocación, desafiaba al destino. Ya existía entonces en la sociedad griega la necesidad de representarse críticamente tanto moral, como políticamente, con el fin de reconocerse y construirse. Ambos géneros retrataron los acontecimientos políticos y económicos de una Atenas –ya encaminada a la decadencia– en la que temas como la corrupción, la deuda pública y la asociación con el poder para delinquir, además de la reivindicación de la virtud como atributo de quienes dirigían los destinos de una sociedad, fueron tratados por personajes como Sófocles, Esquilo, Eurípides y Aristófanes, los representantes más importantes de la dramaturgia en la Antigua Grecia. Transcurría el siglo V a.C. cuando quién sabe qué clase de entuerto llevó a Sófocles a decir: “Hay algo amenazante en un silencio demasiado grande”, y es por efectos de una sentencia tan categórica, y de la perdurabilidad de la palabra en la memoria colectiva, que ella sigue vigente en nuestros días.
En Colombia nos hemos habituado a que el silencio sea parte de la cotidianidad. La ética, que como la política contempla al individuo en calidad de ciudadano y con responsabilidad para comportarse regido por una razón enmarcada en principios morales universales, parece estéril frente al manto de silencio que recubre ciertos hechos de importancia capital para el país. Con la emergencia presentada en Hidroituango, el que sería el proyecto hidroeléctrico más grande del territorio colombiano, está ocurriendo que –como sucede en Colombia– luego de la algarabía inicial, a los grandes chascos les siguen enormes silencios. En el momento el país recibió confusa información que en un principio asegurara que la situación estaba bajo control y no representaba riesgo para la comunidad, pero que, tiempo después, advertiría una tragedia de grandes proporciones. Desde entonces han transcurrido casi tres meses, y entre el éxodo venezolano, el fútbol, las elecciones presidenciales y el rosario de demandas judiciales, lo ocurrido en Hidroituango parece que ha comenzado a ser uno más de los sucesos inverosímiles sobre los que nadie se pronuncia con certezas. Aún no se habla de sanciones o responsabilidades. Las más recientes declaraciones del gerente de EPM confirman “que aún no pueden realizar un diagnóstico de cómo quedaron las obras del complejo luego de la emergencia”. Un silencio muy elocuente se mantiene. Hay algo que no se dice todavía, “algo amenazante en un silencio demasiado grande”; algo que, como el Metro de Medellín –si bien es una obra admirable–, me temo que finalmente acabará afectando el bolsillo de los contribuyentes.