Una noche en medio del temor en el Camino El Bosque
Este hospital, ubicado en el Suroccidente de Barranquilla, ha sido atacado dos veces en lo que va del año ➲ Médicos y enfermeras trabajan entre la zozobra y la pasión por su profesión.
El reloj marca las 9:37 de la noche del sábado y una muchedumbre se encuentra a las afueras del Centro Médico Distrital del barrio El Bosque. Ambas aceras de la diagonal 64B se encuentran llenas. El susurro de las voces de la aglomeración se confunde con el sonido ensordecedor del tráfico de la zona y el grito de quienes intentan ingresar a la fuerza intimidando a los tres vigilantes de turno.
La escena se debe a que 20 minutos antes un herido a bala ingresó al hospital, cuyos médicos han sido atacados este año en dos ocasiones. Un tumulto de familiares, vecinos y curiosos intentan averiguar qué pasó con el payaso ‘Cuerito’, un recreacionista reconocido del sur de la ciudad, cuya pierna izquierda fue impactada por un proyectil en confusos hechos. O por lo menos esa era la hipótesis que se manejaba en el barrio.
En el interior del Camino, como se les llama a los hospitales públicos, uno de los guardias de seguridad está atento a un hombre en bermuda y camisilla blanca ensangrentada, cuya cara de preocupación y rabia se nota a simple vista.
Dentro del cuarto de urgencias, Édgar Mercado (‘Cuerito’) reposa desconfiado en una camilla, mientras dos enfermeras limpian la extremidad que fue impactada por el arma de fuego y que, afortunadamente para el animador, no perforó venas ni arterias, de acuerdo al reporte médico.
Al tiempo, la esposa de‘ Cu e rito’ discute vehementemente con una gente de la Policía, quien llegó hasta el lugar para verificar los hechos.
La discusión es observada de reojo por Helda María Velásquez, médico general del Camino, quien llena el registro del paciente en un computador ubicado sobre un pequeño escritorio en la esquina de la sala.
Ya han pasado ocho años desde que esta profesional ingresó al Camino El Bosque y orgullosa relata que, a pesar de varios sustos, disfruta con pasión de lo que hace. Detalla que en un fin de semana, cuando la atención se triplica, atiende hasta 180 pacientes, producto de las numerosas riñas, la intolerancia y el consumo de alcohol y sustancias psicoactivas. “Es un sector en el que lamentablemente prima la intolerancia, pero nosotros tratamos de sobrellevar las cosas y ser profesionales”, dice Velásquez, quien mira el reloj que marca las 10:00 p.m., justo cuando cumple tres horas de su turno que termina a las 7:00 a.m.
LAS AMENAZAS. Sin perder de vista el computador, la doctora recuerda que solo en una ocasión sintió temor por su vida, un día que llegó un hombre gravemente herido a bala. “Ese día familiares de los pacientes nos amenazaron con armas de fuego. Decían que si se moría también nos moríamos nosotros, fue un momento de tensión, pero afortunadamente no pasó nada grave”, relata.
Las enfermeras le avisan a la doctora que uno de los pacientes está listo para ser suturado. El hombre presenta heridas con arma blanca en su rostro y brazo derecho.
El momento es capturado por el reportero gráfico de EL HERALDO, sin embargo, al instante recibe la “orden” de borrar las fotografías. Un acompañante del paciente, en tono intimidante, le dice que “esas fotos no pueden ser publica das en ningún medio ”.
El equipo periodístico continúa su recorrido en el interior del centro asistencial que ha sido atacado por familiares de pacientes dos veces en lo corrido del año, y en el que cada noche laboran unas 25 personas para atender a más de 300 pacientes nocturnos los fines de semana.
La enfermera Jefe Dubys Larrada, quien ya completa diez años trabajando en El Bosque, cuenta que a diario reciben insultos de todo tipo por parte de los pacientes y sus familiares, quienes en muchas ocasiones se le tiran encima y los empujan. “Uno corre el riesgo, la situación es dura, pero lo que hacemos es no prestarles atención y hablarles fuerte y claro”, agrega.
Esta mujer expone tímidamente que en varias ocasiones han llegado al Camino pacientes ya muertos por heridas graves. No obstante —relata— el equipo realiza todo el protocolo médico, aunque son conscientes de que no se podrán salvar. “Si uno no hace nada por el paciente, sus familiares lo primero que hacen es culpar al médico por no atenderlos, por eso si llegan ya muertos, toca moverlos y convencer a quienes lo traen de que lo estamos reanimando”, cuenta la enfermera.
El reloj ya marca las 11:00 p.m. y el flujo paciente es constante en el Camino El Bosque, ya han ingresado más de 20 personas. Uno de los vigilantes de turno, que se apellida Montecinos, se anima a contar las anécdotas vividas desde que llegó a este punto, hace poco más de dos años.
Además de celador, a este guarda de seguridad le ha tocado cargar pacientes heridos y muertos y al tiempo velar por la seguridad del lugar, junto a sus compañeros. “El temor que sentimos es que a los heridos de bala uno no sabe si va a venir un sicario a rematarlo, pero al final uno se acostumbra a lo que vive diariamente acá, es más hoy, a pesar de todo, ha sido un turno tranquilo”, expresa el hombre, quien al momento debe auxiliar a un joven que trae entre sus brazos a una menor de edad con síntomas de sobredosis.
ATENCIÓN GENERAL. En este hospital no solo llegan heridos a bala, apuñalados o con lesiones personales. También son atendidos entre 30 y 40 niños y jóvenes por noche, con cuadros de fiebre, gripa, dolor abdominal o malestar general.
Así como se pierden vidas, en El Bosque también nacen entre seis y siete bebés cada noche, según lo informan los médicos que atienden estos partos.
Ya ha pasado la media no- che y en este punto de la jornada la sala de espera está abarrotada de familiares y de pacientes esperando por atención médica. Una película de superhéroes entretiene a los pocos que están despiertos. El resto duerme casi que plácidamente sobre las incómodas sillas y recostados sobre las paredes del lugar, en el que el aire acondicionado es fuerte y provoca que la mayoría se crucen de brazos por el frío.
De un momento a otro la tranquilidad del lugar es interrumpida por un predicador que relata en tono fuerte algunos versículos de su arrugada biblia. Algunos lo miran atentos, otros en cambio le piden que baje la voz. Sin embargo, el hombre, cuya esposa dio a luz hace pocas horas y se encuentra a la espera de su salida, continúa motivado con su lectura versículo a versículo.
El reloj sigue corriendo y los pacientes siguen entrando y saliendo. El ruido de la sala de parto se mezcla con del salón de urgencias. Los gritos de los pacientes pediátricos interrumpen las pequeñas fracciones de silencio en el lugar.
Por fuera del Camino el ruido del tráfico continúan aún latentes. Ya hay pocas personas en la fachada del lugar. Entretanto, con vasito de tinto en las manos, Montecinos, el vigilante, reitera que la noche, hasta el momento, ha estado muy tranquila.