El Heraldo (Colombia)

Efebocraci­a

- Por Alfredo Ramírez Nárdiz @alfnardiz

Decía Jung que es muy difícil luchar contra el espíritu de los tiempos. O sea, que una vez que algo se pone de moda vaya usted a cambiarlo. Si puede. Y le dejan. Un ejemplo. ¿Se han fijado que últimament­e parece que si tienes más de 50 años no tienes nada que hacer en política? Macron en Francia, 40. Salvini y Di Magio en Italia, 45 y 32. Trudeau en Canadá, 46. Kurz en Austria, 31. Ardern en Nueva Zelanda, 38. Sánchez, Casado, Rivera e Iglesias en España, 46, 37, 38 y 39. Duque en Colombia, 41. Si exceptuamo­s a Trump, que ya tenía un pelo bastante raro en los ochenta, y a Putin, que posiblemen­te estaba presente cuando se forjó el Anillo Único, de un tiempo a esta parte da la sensación de que si no eres joven no puedes ser presidente.

Fíjense en el caso español. A Rajoy lo desplaza del poder Sánchez que tiene veinte años menos. Pero es que los rivales de Sánchez tienen todos ellos (una vez el Partido Popular ha elegido a Casado como sucesor de Rajoy) menos de 40 años. O presten atención a Francia, donde un hombre de 39 se hizo con la presidenci­a de una de las mayores economías del mundo arrasando a sus rivales. O Colombia. Donde se ha elegido a uno de los presidente­s más jóvenes de la historia nacional. O Austria, donde el actual presidente llegó a ministro de exteriores con 27 años.

¿Son todo casualidad­es? Podría considerar­se que semejante alineación de juventud no es más que puro azar. Otra opción es concluir que se está produciend­o un cambio generacion­al y que las nuevas hornadas de votantes eligen líderes pertenecie­ntes a su generación. Quizá es que la política actual está hueca. Pura mercadotec­nia. Por ello, en los presidente­s no se busca fondo, sino forma. No es necesario que sepan escribir libros, pero sí que sepan redactar tweets, por decirlo de algún modo. Así, si son jóvenes, y a ser posible guapos, o cuando menos, dinámicos, pues mejor que mejor.

Sea cual sea la opción que elijamos, lo que es innegable es que nuestros líderes son cada vez más jóvenes. Y, qué quieren que les diga, a mí eso me preocupa un poco. Tampoco es que yo abogue porque nos gobierne un Churchill viejo, gordo y feo (y genial), o un Andreotti casi más antiguo que las institucio­nes que dirigía, o un Reagan que en los debates electorale­s se burlaba de su propia vejez, pero, oigan, que sea gente que al menos tenga experienci­a y cierto bagaje. Que antes de dirigir un país hayan demostrado que pueden dirigir una empresa, un partido, una universida­d, o siquiera su vida, que no es poca cosa que dirigir.

Yo tengo 38 y me considero un borrico (no pocos lectores me respaldan en esta apreciació­n) que apenas ha leído una diminuta fracción de todo lo que querría y debería leer. Por eso me fascina gente que teniendo mi edad se ve capacitada para cambiar el mundo. De todo ha de haber. Pero siendo como es de compleja la cosa pública en el presente, a mí me preocupa que sus encargados sean poco menos que bebés convencido­s de su propia habilidad. ¿Y a usted?

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