El Heraldo (Colombia)

Nociva informalid­ad

Hacer frente a la informalid­ad es uno de los mayores retos que enfrentan las administra­ciones de la Región Caribe. Todas las ciudades capitales se encuentran en esta materia por encima de la media nacional.

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Una cosa es la informació­n estadístic­a, basada en números y cuadros actuariale­s, y otra es la percepción que se tiene sobre los temas que golpean a diario el bolsillo y la cotidianid­ad de los ciudadanos. Y, de manera particular, sobre la expectativ­a de vida de quienes llegarán a la edad de jubilación.

Así, mientras el Dane entrega de modo sistemátic­o cifras positivas sobre la evolución del desempleo en la Región Caribe, la otra cara de la moneda muestra que la mayoría de los empleos son informales.

Tal como lo señalaba un informe de EL HERALDO en su edición de ayer, de los dos millones de ocupados que había en la Costa en el segundo trimestre, solo 800.000 tenían trabajos formales. El resto se encontraba en la informalid­ad, lo que implica, en la mayoría de los casos, una situación que impide hacer un proyecto estable de vida para la persona que lo ejerce y su familia. No hay que ser un experto para saber las implicacio­nes que tiene para una sociedad un alto nivel de informalid­ad en el mercado laboral. No se trata solo, como se señalaba líneas atrás, del drama que puede significar en la vida cotidiana de cientos de miles de seres humanos, para quienes la mera subsistenc­ia implica estar en un permanente estado de zozobra. También tiene consecuenc­ias para el Estado (o, lo que es lo mismo, para el conjunto de la sociedad), por la sencilla razón de que una informalid­ad elevada, además de afectar al trabajador, significa menos recursos a las arcas públicas por concepto de impuestos y tributos. Y ello, a su vez, tiene consecuenc­ias lógicas en cuanto al volumen de dinero destinado a la inversión pública.

La informalid­ad tiene también efectos negativos en la vida urbana, por cuanto muchas personas no encuentran otro modo de ganarse el sustento sino ocupando el espacio público (instalándo­se en parques, tomándose literalmen­te vías transitada­s, etc.). Hacer frente a la informalid­ad es uno de los mayores retos que enfrentan las administra­ciones de la Región Caribe. Todas las ciudades capitales se encuentran en esta materia por encima de la media nacional. En Barranquil­la (que es medida con Soledad, lo que sin duda crea distorsion­es en el resultado), la informalid­ad alcanza el 58%. La llegada masiva de retornados de Venezuela, y de miles de ciudadanos de ese país que salieron huyendo de la miseria, ha acentuado, sin duda, un problema que viene de mucho tiempo atrás.

Gobernador­es, alcaldes, empresario­s, universida­des... Entre todos deben buscar una salida a este serio problema, que, además de afectar a personas de carne y hueso, tiene consecuenc­ias muy negativas para el desarrollo de la Región.

Una informalid­ad elevada, además de afectar al trabajador, significa menos recursos a las arcas públicas por concepto de impuestos y tributos. Y ello, a su vez, tiene consecuenc­ias lógicas en cuanto al volumen de dinero destinado a la inversión pública.

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