El Heraldo (Colombia)

Calma chicha

- Por Haroldo Martínez

Era de esperarse, ocurre siempre después de un proceso como el de las elecciones que acaban de terminar en nuestro país con la escogencia de nuevo presidente. Todos fuimos testigos de un proceso cargado de muchas emociones en las que predominar­on las valencias negativas entre los aspirantes a las diversas corporacio­nes políticas y administra­tivas que acompañará­n a la presidenci­al, a unos niveles en los que, por largos episodios y en diferentes instancias, predominó lo grotesco por encima de lo argumentat­ivo creándose un clima plagado de ofensas, amenazas, y rencores que dan origen a este tipo de calmas después de los resultados.

La expresión “calma chicha” cabe a la medida para describir lo que nos sucede, por lo que vale la pena aclarar los términos. Las acepciones aceptadas generalmen­te acerca de la palabra ‘calma’ son: quietud, paz, tranquilid­ad, pero el asunto es más complejo si revisamos sus orígenes. Su significad­o inicial viene del griego, es adaptado al latín, y con el mismo sentido al castellano para significar “calor sofocante”. Donde mejor y más rápido fue acogida la expresión fue en el lenguaje marinero, pues, tiene que ver con la atmósfera en el sentido de no haber viento y con el mar cuando no hay olas, o la ausencia de ambas. Al no haber ninguna de las dos, la consecuenc­ia es la nave detenida y altas temperatur­as. Lo que equivale a decir que “la calma chicha” no es nada bueno ni tampoco un descanso, lo que hay en ella es una gran tensión.

Como ocurre en estos momentos en la nave Colombia, anclada en el puerto y con nosotros abordo, mientras se distribuye­n los cargos públicos y se establecen las medidas que se van a tomar. Todavía no ha zarpado y hay una sensación de amenazas que penden sobre nuestras cabezas –como la espa- da que colgaba sobre la de Damocles–, provenient­es de cada funcionari­o que van nombrando: les voy a subir esto, les voy a rebajar aquello, a esto no tendrán derecho, olvídense de ese acuerdo, los desfalcos de la corrupción tendrá que pagarlos “el pueblo”. Exactament­e como cita Horacio en sus Odas: “Para aquel que ve una espada desenvaina­da sobre su impía cabeza, los festines de Sicilia, con su refinamien­to, no tendrán dulce sabor, y el canto de los pájaros, y los acordes de la cítara, no le devolverán el dulce sueño, el dulce sueño que no desdeña las humildes viviendas de los campesinos ni una umbrosa ribera ni en las enramadas de Tempe acariciada por los céfiros”.

Esto le sucedió a Damocles por adulador de Dionisio, tirano de Siracusa, pues pensó que podía sentarse en el trono a disfrutar las mieles del poder. El rey le preparó una cena opípara, pero, al sentarse a la mesa, el lambón miró para arriba y vio la espada que colgaba de un pelo de crin de caballo, con lo cual se le quitó el apetito y las ganas de estar en el poder.

Ojalá esta calma chicha y la espada no sean metáforas a sufrir los próximos cuatro años.

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