Triunvirato
Finalmente ser reunieron. Imagino las sonrisas que adornaron sus rubicundos y abotagados rostros de expresidentes, sus calculadas maneras de patrañeros profesionales, sus muecas de cortesía que pretendían ocultar, frente a los fotógrafos, que en verdad no se soportan.
A solas, los tres amigos con derechos maquinaron, conspiraron, ejercieron el poder real que, bien lo saben, no le permitirán al Presidente de la República, una figura necesaria pero poco importante a la hora de tomar las decisiones importantes.
Los tres representan lo más reprochable de la política colombiana: uno es un delfín de sangre, mal gobernante, escuálido pensador, traidor escurridizo del talante conservador; el otro, un delfín por casualidad, mediocre presidente, renegado de las ideas liberales que le fueron encomendadas; y el tercero –el advenedizo, el sospechoso, el imputado–, a fuerza de usar los métodos más oscuros, se ha ganado el derecho de que sea a su alrede- dor donde se aglutinen las fuerzas que llevarán, tal vez de regreso al abismo, a un país que no ha querido apartarse de sus designios.
En virtud del llamado “dinamismo de la política”, que no es más sino una expresión de la perversidad que domina esta desprestigiada actividad, los tres nuevos amigos olvidaron pronto los insultos mutuos del pasado: “paramilitar”, “leguleyo”, “mentiroso”, “incendiario”, “delincuente”, “blandengue”, eran hasta hace poco algunas de las imprecaciones que se espetaban sin pudor cuando les era propicio.
Su risueña camaradería de hoy demuestra que esas declaraciones de animadversión nunca estuvieron sustentadas en convicciones ni principios.
Así, a puerta cerrada, el triun- de los insólitos compadres llevará las riendas de Colombia, dictará las prioridades, reaccionará ante las crisis.
Ayer se pusieron de acuerdo sobre los principales detalles de la agenda legislativa y la elección del Contralor General –cargo que quedará en manos del más inepto de los candidatos–; en el futuro, se presume que lo harán sobre la implementación de la paz, las relaciones internacionales, las políticas fiscales, la nominación de los aspirantes a magistrados de las altas cortes, la sincronización de sus mensajes en redes sociales, y hasta la marca del café que se servirá en la Casa de Nariño.
Y por cuenta de sus mayorías en el Parlamento, de los altos funcionarios que impondrán y de la influencia que seguirán teniendo en los ciudadanos que eligieron a su presidente invisible, el destino de Colombia dependerá de estos cofrades rosados y felices, de sus calculadas maneras, de sus ganas de sacarse de encima a los “comunistas”, de la intensidad con la que ruegan a Dios que les ayude a ocultar, al menos ante los fotógrafos, que no se quieren, que no se respetan, que no se soportan.