El Heraldo (Colombia)

Trintignan­t

- Por Heriberto Fiorillo

Con 87 años, cáncer de próstata y caminar tembloroso. No acepta la quimiotera­pia y se siente incapaz de actuar. Sin duda, no es un final de película para Jean-Louis Trintignan­t.

En nuestro medio, nadie parece haber contado a las nuevas generacion­es de la gran calidad interpreta­tiva de un actor como este, símbolo del cine europeo en el último medio siglo.

Solo bastarían cuatro películas para refrendar sus méritos consagrato­rios: El hombre que miente, Y Dios creó a la mujer, Un hombre y una mujer, y Rojo.

Nacido en el seno de una familia adinerada, Jean- Louis es sobrino del piloto de carreras Louis Trintignan­t, fallecido en 1933 mientras practicaba. Otro tío, Maurice, piloto de Fórmula 1, ganó dos veces el Gran Premio de Mónaco y las 24 horas de Le Mans.

A sus 20 años, Jean-Louis se mudó a París, donde estudió drama e hizo su debut teatral en 1951. Cinco años después alcanzó la fama por su papel, junto a Brigitte Bardot en Y Dios creó a la mujer, de Roger Vadim. En 1966, el director Claude Lelouch lo hizo protagonis­ta de Un hombre y una mujer, gran éxito internacio­nal que convirtió a sus protagonis­tas (él y Anouk Aimée) en estrellas. A partir de allí, Jean-Louis siguió ganando prestigio gracias a cintas como El

conformist­a, de Bernardo Bertolucci y Z de Costa-Gavras (Premio al mejor actor del Festival de Cannes).

Doblada su voz al italiano, Trintignan­t trabajó bajo la dirección de realizador­es como Dino Risi (La escapada),

Ettore Scola (La noche de Varennes)y

Valerio Zurlini (Un verano violento).

A finales de los 80 sufrió un accidente automovilí­stico y empezó a desinteres­arse por la actuación. “La fama nunca me interesó tanto. La primera vez te hace gracia, pero después ya no”. No obstante, aceptó ser dirigido por Krzysztof Kieslowski en Rojo, la primera película de la célebre trilogía Tres Colores.

Al año siguiente prestó su voz para la cinta La ciudad de los niños perdidos y desde entonces poco teatro y menos películas. “Soy tímido en extremo. No estoy hecho para trabajar en público”.

La vejez parece llegar cuando el cansancio derrota a las ganas de vivir. Trintignan­t no tiene ganas de nada desde que hace 15 años su única hija, Marie, murió a causa de los golpes que le propinó su pareja, el músico Bertrand Cantat.

Hoy no sale de su casa y no puede leer porque se está quedando ciego. Apenas ve televisión en una gran pantalla, escucha música y duerme mucho. También “me quedo ahí, en el sofá, reflexiona­ndo sobre las cosas buenas y malas”.

Su penúltima película Amor, dirigida por Michael Haneke, es del 2012. El año pasado filmó, con el mismo director,

Happy End (Final feliz), título bastante irónico para un hombre que se identifica con el pesimismo: “Soy de los que siempre ve el vaso medio vacío”.

El actor mide 1,72. En París, el periodista de Nice Matin le pregunta si quiere reencarnar en un animal y Trintignan­t le responde: “En un animal, no. Más bien en un insecto. Soy muy pequeño”.

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