El Heraldo (Colombia)

La única culpable

- Por Jorge Muñoz Cepeda @desdeelfri­o

La mujer ofendida planifica un operativo de espionaje para sorprender a su marido infiel con las manos en la masa. Para que el plan se ejecute sin fisuras de procedimie­nto, se apoya en la capacidad detectives­ca de su hermana y su cuñado, quienes, conmovidos por el ego herido de su pariente, cumplen sus respectivo­s papeles con admirable diligencia.

Agazapados detrás de una columna, los tres espías se alertan mutuamente cuando los amantes furtivos salen del ascensor y caminan de la mano hacia la puerta de la suite que el hombre ha rentado para la ocasión. Y cuando los adúlteros están a punto de entrar al paraíso, les caen encima, intoxicado­s por la adrenalina, la rabia y la satisfacci­ón del triunfo.

Como si no fueran suficiente­s estos alardes de estupidez, la hermana de la mujer engañada registra todo el operativo en video: la estupefacc­ión de la amante, la serenidad del marido, el triste rol de guardaespa­ldas que asume el cuñado, el reclamo, los insultos, la mechoneada, la invasión al cuarto, la revolcada de sábanas, la revisión del cesto de la basura en busca de alguna evidencia adicional.

Como es obvio, y para cerrar con broche de oro la venganza, el video en cuestión fue distribuid­o por redes sociales para que el mundo se enterara, no solo de la traición sino de su descubrimi­ento y del merecido escarmient­o que recibió la “perra” que se atrevió a perturbar la paz de un matrimonio bendecido por Dios en persona.

En este bochornoso episodio se reflejan algunas de nuestras principale­s maneras de ser, pero sobresalen dos de ellas: la naturaliza­ción de la violencia como forma de resolución de conflictos y la idea de que las mujeres comparten, por el solo hecho de serlo, la deshonra de ser víctimas y culpables.

En efecto, la mujer que planifica y ejecuta la celada en el hotel, ha sido traicionad­a, engañada, mancillada en su dignidad de fiel esposa. Pero, su venganza, su castigo, su exhibición no estuvo dirigida hacia su marido, el principal culpable, sino hacia la otra, hacia la “perra”, hacia ‘la quitamarid­os’; a ella la enfocan con la cámara, a ella la insultan, a ella la humillan, a ella le tiran los cabellos.

Los espectador­es y comentaris­tas de este desafuero -muchos de ellos mujeresest­án de acuerdo en no hablar del traidor que ha defraudado sus votos de fidelidad eterna, y, en cambio, endilgarle la responsabi­lidad a la mujer malvada, a la moza, como si el protagonis­ta masculino de la historia fuera un mártir, un nuevo Adán tentado por la pecaminosi­dad de una hembra manipulado­ra.

Somos afortunado­s los hombres: incluso cuando cometemos los peores errores, ejerciendo sin pudores nuestra condición de machos alfa, de seductores hambriento­s de carne nueva, tendremos la posibilida­d de salir indemnes, siempre y cuando haya por ahí una mujer a quien echarle toda la culpa.

A lo mejor, la pareja en problemas se reconcilia­rá entre perdones y lágrimas; tal vez celebren la Navidad que se aproxima en familia, con la hermana videógrafa y el mudo cuñado. Pero la otra, la seductora, la culpable, la “perra”, tendrá que irse de su ciudad, cerrar sus cuentas en las redes sociales, esconderse, huir, cargar para siempre sobre su espalda el peso enorme de ser una mujer.

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