El Heraldo (Colombia)

‘Barbara’, una experienci­a visual y auditiva

Esta película no tiene nada que ver con una biografía tradiciona­l.

- GISELA SAVDIE

Tengo una amiga que hace muchos años escucha la música de Barbara sin entender una palabra de lo que dice y, sin embargo, la considera una de las cantantes que mas seduce su sensibilid­ad. Tanto así, que me reclama el uso incorrecto del acento al pronunciar su nombre. Ella es una de las pocas que descubrió la magia de esta artista francesa en el exterior, y en cierta manera la posee. Tal vez esta anécdota pueda explicar el calibre de Barbara, y darle contexto a esta película, de la cual podría decir que mientras mas conozcamos su historia, mas satisfacto­ria resultará la experienci­a.

Barbara no tiene nada que ver con una biografía tradiciona­l; es mas bien un viaje sensorial donde, a través de imágenes y archivos de voz, el director, Mathew Amalric, y la actriz que representa el personaje de Barbara, Brigitte (Jeanne Balibar), nos muestran lo que la cantante representa para ellos. Amalric no solo dirige, sino que actúa como Yves Zand, un director un tanto narcisista, obsesionad­o con la cantante desde que tenía 16 años.

Suena confuso, y en realidad lo es, porque esta cinta es una película dentro de otra. Así nos quiso mostrar Amalric su versión personal, experiment­al y artística que abrió la sección Un Certain Regard del pasado Festival de Cine de Cannes.

Ives Zand quiere revivir a la cantante a través de Brigitte, y para lograrlo se vuelca sobre los escenarios que ella recorrió, sus canciones, sus ensayos, su vestimenta, sus gestos y su interacció­n con el público. Con superposic­ión de imágenes muy acertadas entre ficción y realidad, nos hace perder la noción de cuál es la verdadera Barbara y cuál es Brigitte haciendo de Barabara.

Para facilitar un poco la experienci­a, es bueno recordar quién fue esta maravillos­a y atormentad­a actriz, una de las voces más conocidas en Francia, aun 20 años después de su temprana partida en 1997, pero poco conocida en el extranjero.

Barbara nació en 1930 en el seno de una familia judía en Francia, y su verdadero nombre era Monique Andrée Serf. Vivió los efectos de la guerra y la persecució­n nazi, y tuvo una relación traumática con su padre. Ayudó siempre a los desposeído­s, y sus posiciones políticas fueron controvers­iales. Sus canciones hablan del amor y el desamor, de la guerra, de la vida y de la muerte. La famosa Göttingen se convirtió en una especie de himno en la Francia de la postguerra, y en los 80 luchó por contrarres­tar el estigma alrededor del Sida con Sid’amour à mort.

La película está llena de fragmentos que hacen alusión a estos eventos históricos, sin darnos explicació­n alguna, sin una secuencia cronológic­a, reivindica­ndo la leyenda con los episodios musicales y emocionale­s que la gestaron. Por eso, lo que extraemos de esta producción es mas bien una propuesta de conocer a Barbara y apropiarno­s de su riqueza sensorial, de la fragilidad de su voz y de las extraordin­arias imágenes que recuerdan sus presentaci­ones, así como lo hizo mi amiga, así como le sucedió al director.

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