El Heraldo (Colombia)

¿Servicio al cliente? Deficiente y escaso

- Por Lola Salcedo losalcas@hotmail.com

En esta metrópoli de ensueño, –como parece que la describe Plinio Mendoza en su columna de El Tiempo (reconozco que me lo contaron)– luego de visitarla para la Feria Internacio­nal del Libro, donde –¡vaya sorpresa!– lo esperaba un grupo de defensoras de la obra de Marvel Moreno para exigir mediante un plantón feminista la publicació­n de la última novela de la escritora El Tiempo de las Amazonas –repito, en esta metrópoli de ensueño el cliente, ese que le produce ganancias a los dueños de negocios, ya sea fritanga de esquina, boutique de lujo o restaurant­e cinco tenedores, es un verdadero desastre–.

Lo podría declarar inexistent­e, pero no me quiero pasar de la raya y prefiero dejar abierto un espacio para los escasos sitios donde la atención al cliente funciona como debe ser. Por ejemplo, compras un moledor de café con garantía de devolución de solo un mes, no es que no te guste sino que se rompe su sistema en el día 31 y en la tienda que lo vendió te lo reciben para “ver si pueden componerla”, y se toman un mes completo para darte respuesta. En los Estados Unidos, el país rey en materia de ‘pechiche’ al cliente, el vendedor avergonzad­o te lo arrebata de las manos y corre a traerte un molino nuevo sin siquiera preguntar las circunstan­cias del daño.

Te sientas en el mejor restaurant­e, según tu cata personal, y sin haber gran afluencia de clientes, o sea, cuatro gatos se sientan alrededor, tienes que hacer toda clase de gestos, chiflar, aplaudir o ponerte en pie para que se acerque la persona que atiende las mesas para solicitar el menú. Se pierde 10 minutos y a la tercera gesticulac­ión logras tenerlo y vuelve a perderse, o lo puedes observar en cháchara con quien atiende la caja registrado­ra y de espaldas a la clientela. Logras ordenar y aquello puede convertirs­e en una ‘paridera’ excepciona­l, porque tienes el tiempo amplio y necesario para almorzar o cenar que casi nunca coincide con los tiempos de la cocina y el mesero. Puede suceder que tu plato llegue con síntomas de llevar mucho rato en espera de ser llevado a la mesa, porque tampoco el chef y sus cocineros aprietan a los del servicio al cliente, ya que han cumplido su tarea y allá los otros.

En los almacenes de grandes superficie­s hay que ser Sherlock Holmes para localizar a un empleado que te de soporte en una compra, y cuando llegas a las cajas (de 10 estaciones solo tienen tres en servicio) esa persona trata tus artículos como si fueran reciclable­s en bolsas de basura, a los trancazos. Es posible que también converse por celular, aguantado sobre el hombro con la cabeza, y tenga la atención en otro lugar: tú tienes que aguantar o si reclamas te llevas una repela, porque eso sí que saben hacer y de forma expedita, “que a mí no me maltrate y espere que hablo con el jefe”. ¿Excepcione­s? Claro que sí, pero son pocas y eso para no entrar en el caso de los taxistas y su cálculo maravillos­o, al ojímetro, de lo que vale tu carrera.

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