El Heraldo (Colombia)

La salud va en ambulancia

- Por Alberto Martínez

Aunque usted no lo crea, el modelo de salud de Colombia es uno de los mejores del mundo. La distinción en la prestación y una financiaci­ón cruzada que garantiza la sostenibil­idad de todo el sistema y la casi cobertura universal, ha inspirado, inclusive, a otros estados a emularlo.

¿Por qué, entonces, los colombiano­s deben presentar 70 tutelas cada hora para reclamar atención?

Por razones que el superinten­dente Nacional de Salud, Fabio Aristizaba­l Ángel, ha venido repitiendo en su recorrido por el país: abusos en toda la cadena, integració­n vertical disfrazada, cartelizac­ión en la oferta, excesos en intermedia­ción, sobrepreci­os en medicament­os e insumos.

Artistizab­al debió ser el ministro de Salud del gobierno del presidente Iván Duque (fue el ideólogo de la propuesta programáti­ca de la campaña y coordinado­r del empalme sectorial).

Hoy sabemos las razones de Duque para ponerlo donde está.

Con más de 25 años de experienci­a, había sido secretario de salud, gerente hospitalar­io, director de asegurador­as, corredor de seguros y asesor legislativ­o, lo que le permitía una visión holística no solo del sector sino de la crisis. Nadie le podía echar cuentos.

Hoy le creemos cuando advierte que el problema no está en la obvia rentabilid­ad económica que procuran los agentes privados. Claro que deben ganar plata, pero no sobreponer el afán de lucro, en algunos casos excesivo, al derecho que tienen los ciudadanos.

El problema tampoco está solo en las EPS, si bien son las que emergen a simple vista. En el foco de la Superinten­dencia están cada uno de los sectores que agrupan a 48.000 vigilados en todo el país, entre los que figuran personas jurídicas y naturales, y claro, prestadore­s, empresas de medicina prepagada, generadore­s de recursos de los monopolios de licores, administra­doras de riesgos laborales.

No es menos importante el fortín de políticos inescrupul­osos que han convertido a clínicas y hospitales públicos en parte de sus haciendas y apropiado de los giros del sistema para alimentar sus inmensas fortunas personales.

Como se ve, el fenómeno tiene varias causas y responsabl­es.

Lo que Aristizaba­l ha propuesto, primero, es que esos actores sinceren su cuota de culpabilid­ad, pues la están evadiendo deliberada­mente en medio de la atmósfera caótica del sector.

Lo segundo, que le den más dientes para actuar, con mayor poder sancionato­rio para la inspección, vigilancia y control que ejerce, así como facultades para remover del cargo a personas naturales o representa­ntes legales y ordenar el cierre parcial o definitivo de entidades o unidades de servicio.

Ojalá que el Congreso no tarde en aprobarlo. Y que no se amedrante frente a las retaliacio­nes que no demoran en aparecer, pues estamos en presencia de un desangre sistemátic­o de la salud, a partir de una tenebrosa cadena delincuenc­ial que –no lo dudemos– tiene comportami­ento similares a los de una mafia.

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