Preludio (cifrado)
Está por aquí un ‘boróder’ que se va a reunir con otro ‘boróder’, y me esperan a mí, que soy otro ‘boróder’ de ellos para soltar la ‘colorá’, como dirían Pacheco y Casanova; vale decir, el ‘bembeteo’, el ponerse al día con la película del otro después de tanto tiempo sin vernos. Eso hace brotar unas emociones revueltas de intemporalidad en ese puente que crea la amistad para llenar el vacío en todo ese espacio/ tiempo.
La emoción es el fenómeno más poderoso que hay sobre el planeta y que nace del único sitio en que debe nacer, en el cerebro, ese gran creador de todo, desde el mito hasta la prueba de realidad. La amistad es un mito que se construye en una comunidad de, al menos, dos personas, para establecer una ecuación en la que cada miembro aporta el 50% correspondiente, o más, para que ese vínculo se consolide y se mantenga en el tiempo, a través de acciones que nacen de emociones. Detrás de cada acto nuestro, bueno o malo, hay una emoción que lo impulsa, es una cosa biológica superior a toda racionalidad. Por eso uno debe bajarse de la nube “racional” y darse cuenta que en cada cosa que hizo, hubo una emoción que hundió el botón de los actos.
Así que, uno debe ponerse de acuerdo con el cerebro para una decisión muy importante: o lo pones de tu lado para el vacile, o lo pones en contra y te jodes, o sea, te enfermas. Esa es una decisión que está por encima de cualquier pastilla, jarabe o inyección.
De tanto que lee uno en la especialidad de la psiquiatría, es gratificante saber que las cosas que te hacen sentir bien en la vida son absolutamente biológicas, de nuestros orígenes mamíferos: el amor a los padres, el amor filial, el impulso de protección del macho a la hembra y al hijo, la interacción y el jue- go social. Ya evolucionados, sabemos que estos principios han llevado al cerebro a crear estructuras mentales que proporcionan un gran placer: el amor a uno mismo, la aceptación del otro como un legítimo otro, el altruismo y la amistad. Y para cada uno hay chorros de emoción.
Hoy voy a encontrarme con un par de ‘boróderes’ para devolvernos en el tiempo en un agujero de gusano, con el fin de degustar un café y reiniciar el video desde cuando lo dejamos la última vez. Sé que no tendrá el mismo sabor del que preparábamos hace años en la esquina de Olaya Herrera con la calle 74, donde nos reuníamos en un apartamento en un segundo piso a tirar carreta tomando café Almendra Tropical y fumando cigarrillos Pielroja, y hablando por encima del volumen del picó del primer piso donde había un bar.
Estoy muy emocionado porque esta tarde voy a ‘borodear’ con ellos para intentar lo imposible: condensar en un par de horas tantos años de emociones compartidas en el debate, en el vacile, en el trago de ron, en la aceptación del otro como un legítimo otro, que se volvió tu hermano por la razón fundamental de lenguajear en ese co-emocionar.