El Heraldo (Colombia)

Que la nombre

- Por Jorge Muñoz Cepeda @desdeelfri­o

De Claudia Ortiz se sabe poco. Lo más relevante es que es una uribista convencida, leal y fanática, como suelen serlo quienes logran que el senador imputado los premie con afectos y recomendac­iones.

También ha sido notoria su actividad en sus redes sociales, desde las cuales fustigó por años a los opositores de su amado presidente eterno –en especial a Gustavo Petro–, a los desmoviliz­ados de las Farc, y al proceso de paz; nada que un uribista convencido no considere su deber.

A esta militancia irrestrict­a en el mundo virtual, la doctora Ortiz le sumó una intensa actividad proselitis­ta en su departamen­to, más exactament­e en la zona esmeralder­a, durante la campaña que depositó en el palacio de los presidente­s al joven e inexperto Iván Duque.

No hay que olvidar que esta abogada boyacense es hermana del publicista Juan Carlos Ortiz, quien fue encargado por el presidente para manejar la imagen durante su campaña, entre otras cosas para aconsejarl­e estrategia­s como las canas falsas y la copia de un comercial argentino en el cual el candidato lee una carta apócrifa dirigida a su hijo.

Y eso es todo. No hay mucho más para decir de esta persona, desconocid­a por muchos, con quien el presidente parece tener una deuda que no sabe cómo pagar.

Habría que preguntars­e si la doctora Ortiz necesita algo más que ser una militante que habla duro para que la nombren de lo que sea, por encima de lo que sea. Los intentos de Duque para ubicar a la amiga de su jefe y hermana de su amigo, primero en la Unidad Nacional de Protección, y ahora en la Agencia de Desarrollo Rural, demuestran estamos ante un típico caso de pago de favores políticos. Y eso, en Colombia, es lo usual, lo normal, lo que toca.

De manera que no es extraño que quieran pagarle sus servicios con un puesto en la administra­ción pública. Como no lo es que para lograrlo hayan recurrido a la descabella­da estrategia de declarar ante un notario la dudosa experienci­a de Ortiz en los más especializ­ados asuntos rurales. –a lo mejor la idea fue de Juan Carlos–. Como tampoco lo es que el presidente defienda sus intentos de darle un cargo, con los más imaginativ­os argumentos.

Ojalá el presidente, para evitar caer en más ridículos, se abstenga de predicar sobre transparen­cia, meritocrac­ia, ética, y todos esos sagrados valores que dice defender. El silencio es mejor cuando ha sido tan evidente su obsesión por encontrarl­e un espacio en su gobierno a una mujer de tan notorio sectarismo y tan dudosas calidades profesiona­les.

Que la nombre de lo que sea. Ojalá en algún consulado a muchos kilómetros de distancia.

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