El Heraldo (Colombia)

EMPIEZA EL VIACRUCIS

- Por Jesika Millano Sao 93 /Éxito 77 y 38 /C.C Buenavista

En la áspera trocha de aproximada­mente dos kilómetros que conduce de Maicao al estado Zulia, hombres de la Guardia Nacional Bolivarian­a acaban de despojar de sus pertenenci­as a decenas de viajeros. A ello se suma la presencia de grupos que se autodenomi­nan guerrillas, que someten a conductore­s y transeúnte­s para cobrarles una ‘vacuna’ a cambio de pasar a territorio venezolano.

La presencia atemorizan­te de ellos no me impide seguir con mi plan de llegar a Maracaibo a visitar a mi padre y a mi hermano. En lo que menos pensaba era en el riesgo de atravesar esa senda atestada de árboles secos de Cují ( Trupillo) y nubes de polvo.

A diario, decenas de personas transitan por esta frontera. Si bien la mayoría entra a Colombia huyendo de la crisis que vive mi país, también muchos, como yo, regresamos a Venezuela porque allá siguen nuestras raíces. Quedaron parte de la familia, los amigos, la casa, los recuerdos. Ayer salimos, pero algún día habrá que volver.

Después de cuatro horas de viaje por carretera desde la Terminal de Transporte­s de Maicao, por fin llegué a Paraguachó­n a las 8:45 a.m. (hora de Colombia).

Tuve que aguardar a Néstor, quien, además de manejar uno de los llamados “carros por puestos” (taxis colectivos), es un hábil conocedor de ese trayecto convertido en una especie de guillotina, donde en el mejor de los escenarios lo único seguro es un atraco.

Él nunca llegó porque su carro se había averiado esa misma madrugada con 5 pasajeros a bordo, en Sinamaica, capital del municipio Guajira, ubicado en Venezuela, a 64 km de Maicao.

Respiré hondo y seguí llamando por teléfono a otros choferes que me habían recomendad­o algunos familiares, pero ninguno había trabajado ese día.

Los gritos: ¡Maracaibo directo hasta el terminal! inundaban el lugar. Vehículos, camiones y chivas ofrecían este servicio por precios que iban de los 15 mil a los 25 mil pesos.

Me embarqué en un ‘carro por puesto’ tripulado por Alexander, un maracu- cho que mientras pagaba su “peaje”, a la entrada de la trocha, preguntaba sonriente cuántos muertos había dejado la balacera, ocurrida la madrugada anterior, entre delincuent­es que se peleaban el control del sendero.

“Tenías que ver cómo la gente que estaba en Migración sellando pasaporte se tiraba al piso. Eso era tiro que iba y venía”, comentaba, en medio de carcajadas, a uno de los wayuu encargados de recibir la primera ‘tarifa’ de 25 mil pesos.

A lo largo de este camino de herradura existen alrededor de 20 retenes improvisad­os con cabuyas a cargo de civiles armados que controlan la caravana de carros y camiones repletos de personas y contraband­o que circulan en esta carretera polvorient­a.

En ese momento cerré los ojos y me encomendé a Dios, pero 15 minutos, ya adentrados en la trocha, el peligroso trajinar aumentaba.

Son 180 trochas que existen a lo largo de los 249 kilómetros de frontera terrestre que tiene el departamen­to de La Guajira con Venezuela.

Al salir a la vía de asfalto del lado venezolano, el panorama no deja de ser amenazador. En los puntos de control, oficiales venezolano­s también se disputan la zona. “Cada uno debe pagar 100 bolívares soberanos a los Guardias para que no revisen equipaje”, nos advierte Alexander antes de llegar al Punto de Control Fijo de Guarero.

En el lugar, un guardia se acerca al carro y nos pide la cédula. Se aleja e inmediatam­ente otro hombre de civil extiende su brazo hacía el chofer y ambos intercambi­an un apretón de manos que camuflaba los 500 bolívares soberanos que habíamos entregado los pasajeros.

Tras recibir el pago, el encargado de manejar el dinero que piden los oficiales venezolano­s se retira mientras que el guardia reaparece para entregarno­s nuestro documento de identidad. y olvidada por ser leal, Maracaibo marginada y sin un real. ¿Qué más te puede pasar que ya no te haya pasado?”.

Es la estrofa de la canción Maracaibo marginada, de Ricardo Aguirre, que se me viene a la mente. Estas letras reflejan el sentir al llegar a esta golpeada tierra.

Mientras recorremos la Avenida Guajira Me asalta la alegría y la nostalgia. Hacía 8 meses que no iba a mi ciudad natal y aunque es predecible imaginarla desolada y repleta de males, nada se compara con la realidad.

El caos es la escena que se repite en las avenidas, donde no sirve casi ningún semáforo. Esta situación ha desencaden­ado en frecuentes discusione­s entre conductore­s. Tan acaloradas como la sensación térmica que ronda diariament­e los 40 grados centígrado­s.

Las “perreras” —camiones de carga sin las mínimas condicione­s de seguridad que se han convertido en el nuevo método de transporte público en Venezuela por la parálisis de casi todos los medios formales por los altos costos de los repuestos— circulan en Maracaibo abarrotada­s de pasajeros que se ubican hasta en el techo de los vehículos. “Yo tuve un año el carro parado por repuestos, medio lo arreglé y lo estoy usando así. Es casi imposible salir a la calle y encontrar un bus de servicio público para trasladars­e”, comenta Antonio Hernández, uno de los pasajeros.

Mientras voy camino a mi casa observo que el colapso acostumbra­do en la avenida La Limpia, el elevado de Padilla, distribuid­or de Delicias y la avenida Libertador son hoy una sombra lejana. Hoy, en cambio solo es visible una ciudad desértica con carreteras y autopistas llenas de huecos, casi sin alumbrado y con numerosas historias de asaltos.

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Un hombre ayuda a subir a un menor a una volqueta que pasará por la frontera desde Maicao.
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Los andenes son basureros a cielo abierto porque hay fallas en el servicio de recolecció­n.

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