El Heraldo (Colombia)

peripecias Las para ir a la escuela desde La Loma

Más de 80 estudiante­s que habitan la isla frente a Barlovento hacen uso de canoas artesanale­s de día y de tarde para asistir a sus respectiva­s jornadas en colegios como Brisas del Río.

- Por Deivis López Ortega

“Las canoas son el único medio de transporte para sobrevivir”, asegura Nellys Rivera, al hablar de la rutina de la comunidad de la Isla de La Loma que a diario cruza el caño de la Ahuyama para cumplir con sus actividade­s en tierra firme de Barranquil­la.

Mientras tanto, más de 80 niños que habitan este sector en el que se han levantado casas de madera, entre la espesa vegetación y frente al barrio Barlovento, también se trasladan hacia sus colegios sobre este medio, el único “para llegar a aprender”, emulando la frase de Nellys.

Son alumnos del Instenalco, de Brisas del Río y de Nuestra Señora del Rosario, quienes asisten en las jornadas de la mañana y de la tarde, en medio de los olores nauseabund­os que emanan del caño.

Aunque hay otros que prefieren ir caminando acompañado­s de sus acudientes o, simplement­e, solos por el sendero peatonal de la Avenida del Río, buscando la esquina de la Intendenci­a Fluvial, los menores navegantes lo hacen desde las 6:00 a.m. y regresan por la misma vía a las 12:00 p.m.

Mientras que los que estudian en la jornada única, retornan a las 3:00 p.m., y los que reciben clases en la jornada vespertina salen de sus viviendas desde las 12:00 p.m. y luego regresan a las 5:00 p.m.

Precisamen­te de este último grupo hacen parte Ángelys García, Escarleth Soto, Jhon Soto y Juliana Mieles, cuyas edades oscilan entre los siete y los 12 años de edad, y cursan 2°, 3° y Aceleració­n (4° y 5°), respectiva­mente, en la Institució­n Educativa Distrital Brisas del Río, que está ubicada en la calle 30 con carrera 46A, en el centro de Barranquil­la.

Cuando el reloj marca las 12:00 p.m. se encuentran en la bocacalle pedregosa que es calentada por 32°C, donde corren para montarse primero a la canoa de Nellys, acción que provoca la transpirac­ión en sus rostros, donde recorren gotas de sudor que bajan desde sus cabellos recién peinados hasta sus cuellos.

Es entonces cuando el padrastro de uno de ellos, Ricardo Cermeño, les advierte que pueden tropezar y golpearse o caer en el agua, por lo que la algarabía de los infantes logra ser calmada de repente.

“Es un sacrifico que los jóvenes hacen para superarse. Sabemos que estamos en un barrio bastante vulnerable, muy apartado del área urbana de Barranquil­la y este tipo de transporte resulta ser un alivio para cumplir con sus compromiso­s en los colegios”, manifiesta el hombre de 46 años.

Ante la atenta mirada de Nellys, quien conduce la canoa, se suben tres al mismo tiempo, lo que genera el balanceo del medio sobre el agua. El último en subirse es Jhon, quien logra sostenerse de pie a pesar de la inestabili­dad.

De hecho, el chico de 10 años se muestra como el más inquieto del grupo. Mientras sus compañeras de la travesía, que recién empieza, miran hacia los lados como si fuera una primera vez, él se levanta de la banca húmeda reforzada con icopor y se sienta en el borde de la embarcació­n.

“No me da miedo, porque ya estoy acostumbra­do”, dice el joven, quien tiene siete años haciendo uso de este medio.

Entre tanto, Ángellys, Escarleth y Juliana conversan sobre las clases que tienen asignadas para la tarde, las tareas hechas y los exámenes programado­s por el profesor.

“Este es el transporte más rápido que tenemos para llegar temprano al colegio. Gracias a esto, no tenemos fallas por inasistenc­ia”, sostiene Ángellys, quien corta su declaració­n porque de pronto Jhon se levanta nuevamente para tomar un remo que estaba libre y empezar a remar del lado izquierdo del bote.

Tras tres minutos de recorrer el ancho del afluente, la embarcació­n ‘atraca’ en un pequeño muelle improvisad­o con madera. De este lado, en Barlovento, el primero en bajar es Jhon y continúan las niñas. La canoa vuelve a balancear pero sin lograr un asomo de nervios a los estudiante­s, quienes pisan tierra firme y emprenden un recorrido de cinco minutos a pie hasta la escuela.

Ya a las 5:00 p.m. se vuelven a asomar por los callejones de Barlovento para retornar a sus hogares. A diferencia de su primer viaje, en este van con el cabello desordenad­o, zapatos sucios y la camisa del uniforme con el primer botón suelto.

Los espera la canoa de Nellys, la misma que tiene capacidad para transporta­r hasta 15 niños, pero sin chaleco salvavidas.

Como Nellys, al menos hay otros tres canoeros. Aunque “ya cualquiera que tenga la experticia se atreve a tomar la canoa y rebuscarse con $500 por persona”, expresa Gerardo Vizcaíno, quien cuenta con una canoa para transporta­r 38 personas, pero cuando la mayoría son niños, “llevo 18 por seguridad”, sostiene.

Ni Nellys ni Gerardo cobran a los estudiante­s, solo a los particular­es

Con respecto al grupo de los cuatro alumnos de Brisas del Río, el cansancio de la jornada los domina y solo se escuchan murmullos de Jhon, quien ya no se levanta de la canoa, sino hasta que llegan al otro lado, donde los reciben sus acudientes. El grupo se divide y Nellys se regresa con la canoa para llevar a otros pasajeros.

A esas alturas de la tarde aún le queda fuerzas en los brazos para remar y lograr el sustento suficiente para sobrevivir, como lo expresa al inicio de la historia, que al igual que el bullicio de los menores, termina y solo se escucha el de los grillos en la oscuridad.

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FOTOS: LUIS RODRÍGUEZ Y CÉSAR BOLÍVAR Jhon rema en la zona izquierda de la canoa mientras sus compañeras de Brisas del Río miran el panorama.
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En la jornada diurna es cuando se transporta gran cantidad de alumnos, como se ve en esta imagen.
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Un grupo de niños se desplaza en una canoa.

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