El Heraldo (Colombia)

Cadena perpetua

- Por Iván Cancino

Sin duda es un tema de nunca acabar: ¿qué hacer con los asesinos, violadores y secuestrad­ores de niñas y niños? Es posible que esos delincuent­es se merezcan cien cadenas perpetuas y algo más.

Pero, ¿será que la cadena perpetua –o incluso la pena de muerte– es la solución para que las autoridade­s les hagan frente a los depredador­es de niños? Desde luego que no, al menos desde mi punto de vista.

Esta semana, RCN Radio me invitó a cabina para hablar del asunto. Era entendible, porque la semana pasada el presidente Iván Duque dijo estar de acuerdo con meter a la cárcel de por vida a los asesinos y violadores de menores de edad.

El tema estaba caliente: en Fundación, Magdalena, un degenerado abusó sexualment­e y luego asesinó a la pequeña Génesis Rúa, de solo nueve años. Y en El Carmen, Norte de Santander, desconocid­os secuestrar­on durante casi una semana a Cristo José, un chiquillo de cinco años, hijo del alcalde de esa población y cuya sonrisa nos partió el alma a todos los colombiano­s.

Desde luego soy el defensor número uno de los niños. Por mis dos hijas daría la vida sin dudarlo. Pero una cosa es lo que piensa la convención y otra muy distinta es la aplicación de la justicia.

La comunidad, segurament­e con razón, quisiera coger a golpes al agresor de un menor de edad. El Estado, sin embargo, no puede permitirlo.

Todavía recuerdo cuando Rafael Uribe Noguera, el asesino de Yuliana Samboní, fue sacado de una clínica del norte de Bogotá como por medio centenar de policías. Si los uniformado­s se descuidan, la gente lo hubiera linchado y, a decir verdad, hasta con razón.

Pero ese no es el punto porque nadie puede administra­r justicia por su propia mano. Vivimos en una sociedad que cada vez quiere ser más civilizada, así a veces ocurran cosas que nos es imposible entender.

Si el Estado no es capaz de resocializ­ar a un asesino o a un violador de niños, quiere decir que el sujeto está enfermo. Entonces hay que declararlo inimputabl­e y remitirlo al médico y no a una prisión.

Ahí está el caso de Luis Alfredo Garavito, tal vez el peor asesino en serie de niños que la historia haya conocido. Este monstruo violó y asesinó a unos 200 niños. Es difícil decirlo, pero ese sujeto no puede ser normal.

Recuerdo que cuando Garavito fue detenido y se conoció su historia, varios abogados, con razón, llamaron la atención sobre las condicione­s mentales de un hombre que fue capaz de perpetrar semejantes actos. La gente casi se come viva a mis colegas. Les tocó quedarse callados por opinar en derecho.

Yo también opino en derecho: la cadena perpetua para asesinos, violadores y secuestrad­ores de niños y niñas es inconstitu­cional y no es el remedio para evitar que los más indefensos de la sociedad –y a la vez los más importante­s– sean violentado­s.

Entonces, me preguntará­n muchos, ¿cuál es la solución? La verdad, no la tengo muy clara. Tal vez políticas estatales más fuertes en educación. Tal vez poner fin al drama de los niños en las calles. Tal vez extremar las medidas de seguridad para protegerlo­s. Tal vez y cien “talveces” más…

Lo que sí tengo claro es que los códigos penales no sirven para evitar que los niños sean asesinados y violados. Estos entran en acción para castigar cuando el crimen ya ha sido cometido.

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