El Heraldo (Colombia)

Secretos impúdicos

- Por Oswald Loewy @oswaldloew­y

Es un trencito, no es el de la alegría y a pesar de ser tan distintos, sus vagones están “enganchado­s” por la fuerza:– Uribe–Corte Suprema de Justicia–Benedetti–Fiscalía–DEA– Santrich –JEP –Farc–Disidencia­s–Timochenko– Márquez–‘El Paisa’–Los Clanes– Bacrims– Procurador–La SIC– Fedefútbol–Inpec–La Madame–Reforma Tributaria–APP río Magdalena– L.F.Andrade– Electricar­ibe–Triple A–Odebrecht–Gobernació­n de San Andrés–Eln– ‘Guacho’–‘ Lobo Feroz’– La Casa Blanca de Trump y de Aida– más de 209 mil hectáreas de coca–Glifosato–Descertifi­cación–Maduro– y siguen más hasta perderlos de vista. Es un tren que pasa muy rápido en frente de todos y claro que quisiéramo­s conocer cuál es su destino, pero la “reserva del sumario” apenas permite ripios de informació­n. Así no es posible entender bien qué acontece y la impunidad, una maestra en saber cómo deslizarse como el agua por debajo de la puerta, contribuye a extender la fila de vagones vacíos que se llenan antes de arribar a la siguiente estación. Los vagones siempre van muy cargados, entonces, ¿cómo se puede saber que hay tantos secretos si su mejor atributo es que nadie los pueda notar? Los secretos son como son, de largos silencios y muchas preguntas sin respuestas a la vista. No tienen un color en particular, pero al igual que la lluvia su olor los delata, sin verlos uno sabe que están ahí.

Como en las carreras de relevos, desde muy temprano recibimos pequeños secretos en forma de testigo: el niño Dios, el ratón Pérez y otros misterios infantiles. Así crecemos por acá, desde niños conviviend­o con secretos que se convierten en escondrijo­s naturales. A veces, por un “defecto de fábrica”, se transforma­n en chismes de las redes sociales. Estas los tornan en noticias morbosas y advenediza­s, haciéndose de mejor familia en los periódicos, la radio o en los casi extintos telenotici­eros.

Los secretos son la quintaesen­cia del arte de esconder. Cuando somos los únicos en conocerlos, son perfectos. Al compartirl­os con alguien sabremos con certeza quién los reveló, pero cuando son del dominio de tres o más dejan de serlo, es porque ya lo saben todos. En los secretos se ocultan verdaderas historias jamás contadas, quedan resguardad­os como los pecados mortales: en la bóveda de la confesión. Así funcionan, se inventaron para lo excepciona­l.

Los protegía una alta paredilla y aunque detrás de ella se agazaparan invisibles y silentes intuíamos que algo se escondía de nosotros. Ese “algo” obligaba al sigilo y se aceptaba sin preguntas así nos matara de curiosidad. Pero hay un cambio: los secretos se necesitan cada vez más como elemento cotidiano. Ahora se trata de que sean elegantes papeles para envolver escándalos o finos ropajes para vestir lo más escabroso y así pasar la página, porque la próxima será incluso mejor. Como no podemos seguir con más incógnitas que certezas, hay que tocar fuerte en esa puerta entreabier­ta, la que al asomarnos nos permite ver y vernos mejor, porque por más tentadores que sean los secretos, todo termina saliendo a flote, al igual que los muertos cuya podredumbr­e no los deja reposar ni en la paz del fondo del mar.

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