El Heraldo (Colombia)

Memoria amenazada

- Por Javier Ortiz Cassiani

Endulzar la palabra. Memorias indígenas para pervivir, la exposición organizada por el Centro Nacional de Memoria Histórica fue un éxito. En los escasos tres meses –diciembre de 2017 a febrero de 2018– que estuvo abierta al público en el Museo Nacional, 320.000 personas asistieron a verla, cifra que equivaldrí­a aproximada­mente al promedio de habitantes de una ciudad intermedia de Colombia.

La exposición fue el resultado de un trabajo de cuatro años del Centro Nacional de Memoria Histórica con los grupos indígenas bora, ocaina, muinane, uitoto M+N+K+A, (de la Chorrera en el Amazonas), wiwa (en la Sierra Nevada de Santa Marta), awá binacional (de Nariño, Putumayo y Ecuador), nasa (del norte del Cauca) y barí (del Catatumbo). Y me atrevería a decir que es la primera exposición a nivel nacional donde los grupos indígenas fueron los verdaderos agentes de su propia representa­ción. Se nombran, y así interpelan a las formas convencion­ales de la historia y las fórmulas desgastada­s de la memoria. A través de la exposición, estos pueblos determinan la cronología de su dolor, el complejo registro del daño a sus territorio­s, los tiempos de su resistenci­a y las formas autónomas del duelo.

Esta exposición estará en el Centro de Formación de la Cooperació­n Española de Cartagena de Indias, desde el próximo 16 de octubre hasta el 16 de noviembre. Es curioso, mientras se hacía el montaje, el nombre de Mario Javier Pacheco empezó a sonar con fuerza para asumir la Dirección del Centro Nacional de Memoria Histórica. En realidad digo curioso para no decir miedoso. Pacheco, además de autopromoc­ionarse como el autor de 67 libros y de obtener un doctorado a distancia en una universida­d con sede en Honolulu (Hawái) a la que varios ministerio­s de educación en Latinoamér­ica consideran de garaje, es el mismo que dijo que nuestras escuelas vivían en medio de una “guerra semántica”, con profesores que enseñaban el odio y la resistenci­a a través de dosis de maoísmo y castrochav­ismo. A Pacheco también se le conoce por haberse referido a la institució­n que ahora pretende dirigir, como un espacio “infiltrado” por las Farc “para deslegitim­ar al mismo Estado”.

Es posible que la prolijidad de Pacheco –no se olviden de los 67 libros publicados– se deba a una virtud todavía no descubiert­a de la cebolla ocañera. No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que se promociona como un conocedor del Catatumbo. Por supuesto, no del Catatumbo representa­do en el informe Catatumbo: memorias de vida y dignidad, que elaboró el Centro Nacional de Memoria Histórica, ni del ejercicio de memoria del pueblo Barí con el que mostraron el despojo, la violencia y su secular capacidad de resistenci­a a todas las formas de imposición política, económica y cultural. El pueblo Barí, precisamen­te, estará representa­do en la exposición; lo mejor es que vaya a verla, quizá sea la última oportunida­d de observar algo así ante la posibilida­d de que lleguen funcionari­os incapaces de abrir espacios para que las comunidade­s construyan sus propias formas de narrar su dolor, su dignidad, su resistenci­a.

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