La transformación fascinante
Hay historias que merecen ser contadas y una de ellas es la de Bilbao, en España, a la que visité durante los últimos días. Todo un regalo para los sentidos.
Recorrer la capital de Vizcaya en la comunidad autónoma del País Vasco es un absoluto placer. Una ciudad con más de un mi- llón de habitantes en su área metropolitana, bellísima como pocas, con una calidad de vida notable que va de la mano de un paisaje urbano impresionante, con puentes, interminables paseos en las riberas del río, extensísimas zonas verdes, obras, esculturas y monumentos de los más importantes arquitectos del mundo, entre ellos Norman Foster, quien tuvo a cargo las estaciones del Metro y Frank Gehry, diseñador y constructor del imponente Museo Guggenheim.
Nadie diría que hasta hace unos años Bilbao era una ciudad literalmente ‘marrón’ por el color de su río y de su aire altamente contaminados, sumida en una profunda crisis económica y social desatada por la caída de la industria siderúrgica y naval de los años 80, con un desempleo del 30%, enormes conflictos laborales y un deterioro medioambiental y urbano.
Con el agua al cuello, solo había un camino por seguir –me dijo el exalcalde de Bilbao, Ibon Areso–, “transformar necesidades en grandes oportunidades” y eso fue lo que hicieron la dirigencia del País Vasco y de la ciudad con el respaldo del gobierno de España, tras llegar a un pacto político para sacar adelante este ambicioso y costoso proyecto.
En la primera mitad de los años 90, bajo una detallada planificación estratégica y de futuro, se embarcaron en una transformación urbana sin precedentes para lograr calidad de vida para los ciudadanos mejorando su nivel de renta con buen empleo e ingresos en una urbe agradable para vivir con altos estándares medio ambientales.
Ojo a los pilares de esta transformación. Primero, movilidad con varios objetivos, entre ellos, construir el Metro, un moderno tranvía y un nuevo aeropuerto. El segundo pilar fue la regeneración urbana y medio ambiental que puso la ciudad de cara al río. Se construyeron paseos y parques en sus riberas como puntos de encuentro, se rehabilitaron edificios abandonados para darles nuevo uso, se construyeron obras arquitectónicas de calidad priorizando una ciudad “verde” y se descontaminó el río. Como tercer pilar, la inversión en recursos humanos y transformación tecnológica para impulsar el conocimiento que logró una reconversión industrial basada hoy en la fabricación avanzada, las energías renovables y la biociencia. Y en el cuarto pilar arte y cultura, consideradas aquí como una inversión para generar riqueza. La prueba, el Museo Guggenheim, que con cerca de un millón 500 mil visitantes al año, genera un impacto económico para la ciudad de 250 millones de euros anuales.
Poner a todo el mundo de acuerdo no fue fácil y requirió una inmensa capacidad de gestión y un decidido liderazgo, recuerda Areso, pero “querer es hacer cuando te hundes” y Bilbao lo demostró con creces. Mucho para aprender.