El Heraldo (Colombia)

“Tenía que concentrar­me todos los días en sobrevivir”

Alberto Mishaan escribió un libro en el que narra su lucha contra el síndrome de Guillain-Barré y cómo anuló un triste diagnóstic­o médico.

- Por Estefanía Fajardo

“El amor vence todo, el amor cura, el amor ayuda”, esa aunque puede parecer obvia, para otros cursi, es la frase de Alberto Mishaan para definir aquel sentimient­o que comparte con su familia. Aquel que le sirvió de gasolina y medicina para dar la lucha en una enfermedad que no conocía, superar los encuentros con la muerte y reestructu­rar las prioridade­s de su vida. Podríamos comenzar por definir el síndrome de Guillain-Barré (SGB) o por la fortuna de que Mishaan pueda, después de tener solo tres meses de esperanza de vida y únicamente comunicars­e a través de sus pupilas, contestar el teléfono en Estados Unidos y dialogar con EL HERALDO.

Pero tal como es el objetivo del empresario bogotano de 63 años con su libro Mañana te espero de pie, cuyas ventas serán destinadas a una fundación en Cartagena que trabaja con enfermos de SGB, es prioridad dar a conocer lo que significa este síndrome.

La Organizaci­ón Mundial de la Salud lo define como una afección rara en la que el sistema inmunitari­o del paciente ataca los nervios periférico­s y puede ser mortal.

A Mishaan le dio uno de los más agresivos. En 24 horas lo dejó paralizado completame­nte y con un pronóstico desalentad­or. Nunca perdió la cordura, y fue esa justamente la que le permitió salir adelante al escoger luchar, aceptar el destino y no rendirse.

PNunca perdió la cordura en este proceso. ¿Cómo lo logró?

RMi mente estaba perfectame­nte bien, el resto del cuerpo estaba disfuncion­al. En Estados Unidos para lidiar con los pacientes que tienen el tipo que me dio a mí usualmente les dan morfina. Los especialis­tas le preguntan a uno que de uno a 10 cuánto dolor tiene, usted dice que tiene cinco y la aplican. Una persona que me visitó me dijo que lo peor fue la adicción a eso. Fue entonces cuando decidí que con la mente lo lograría. Manejé toda la enfermedad sin contar con la morfina o drogas para evitar dolor.

P¿Era muy fuerte?

REra inmenso. Me dolía todo el cuerpo. Cada vez que me rotaban cada órgano era como una gelatina. Tenía que concentrar­me todos los días de ese primer año en sobrevivir.

PLa meditación fue clave en su recuperaci­ón, pero Dios también aparece en su relato…

RNo soy muy religioso, pero sí practicant­e. Cuando me enfermé y sentía que no tenía más fuerza o energía le pedía fuerza y de algún lado la sacaba. He practicado durante muchos años una meditación que se llama Chi Kung, y esa me ayudó a concentrar­me en cada órgano cuando tenía que hacerlo, poder aguantar y sanarlos.

P¿Cuáles eran las prioridade­s del Alberto antes del SGB y el de ahora?

RCambiaron totalmente. Antes siempre estaba preocupado por el trabajo para vivir bien. Después venía mi familia y seguía yo. Ahora me doy cuenta que si no hay salud uno no tiene nada. Mi prioridad número uno ahora es mi salud, porque con ella me estoy cuidando y puedo dedicarme a mi familia, que al final es la bendición más grande que se tiene. Lo tercero es el trabajo y todo lo material. Ahora disfruto cuando me siento, puedo respirar, puedo tragar, puedo ver el sol, hacer ciertas cosas.

PEn el libro comenta que todo es un día a la vez, creando metas a corto plazo que pueda cumplir. ¿Cuál es la de ahora?

RMi meta a corto plazo es poder caminar. Mi hijo menor se va a casar el 25 de mayo del año entrante y me gustaría para ese entonces poder caminar. Hoy lo hago con un caminador, pero me gustaría, si es posible, sin ayuda.

PHay un capítulo llamado ‘Sonreír con el corazón’, ¿cómo se logra?

RSe basa en sentir, soltar, y sonreír con el corazón. Cuando uno lo logra da energía positiva, que es lo que sana. Además usted, como la gente que está alrededor, recibe esa energía positiva porque uno, así como dice el libro, está sonriendo desde el corazón.

PEl positivism­o y actitud suya y de su familia fue fundamenta­l…

RLo que hacen los doctores es mantenerlo a uno con vida. Pero todo esto va de acuerdo a la disposició­n que uno tenga de curarse o no. El diagnóstic­o que daban era que yo iba a sobrevivir tres meses. Todos estábamos en contra de ese diagnóstic­o, especialme­nte mi esposa, y esa era la lucha.

PSu esposa Susie Millán es un capítulo aparte. Ella se entregó en cuerpo y alma a usted en este proceso…

REl amor vence todo. El amor cura, el amor ayuda. Estoy totalmente enamorado, ahora más que nunca. Me doy cuenta que realmente por ella me salvé. Por su inquietud, su insistenci­a, ella fue enfermera, doctora, asistente, psicóloga, de todo.

P¿Ayudó un poquito la actitud frente a la vida por ser costeña, esa que refleja en el libro?

RTotalment­e. Yo soy el de Bogotá, cachaco. Ella (de Cartagena) es una persona muy alegre, siempre está sonriendo. Y esa combinació­n de ser totalmente diferentes es lo que nos ha mantenido juntos en 36 años felizmente casados.

PUn día a la vez, dice. Cada día trae una enseñanza, ¿cuál fue la de hoy?

RHoy hice terapia en la piscina y me di cuenta que adelanté muchísimo. Podía caminar en el agua con más facilidad, y eso para mí es alegría, estoy avanzando. Es otra cosa de esta enfermedad, la única manera que uno puede volver a la normalidad es haciendo terapia a diario, ser persistent­e. Todos los días me digo que tengo que estar con buena energía, alegre y dedicarme a mi terapia.

PLos jóvenes tendemos a vivir la vida rápido, a apresurarn­os y no disfrutar los detalles del día a día. ¿Cuál es su consejo ahora?

RLos jóvenes están viviendo y más que todo lo que buscan es experienci­as de todo tipo, estoy totalmente de acuerdo con todo eso. Pero también uno tiene que ser persistent­e en el trabajo, ser leal, fiel y mucha gente joven piensa que se van a tapar de plata, van a tener esto o lo otro y no es así... Hay que trabajar las cosas. No se debe ir de trabajo en trabajo ni de novio en novio, que es lo que hoy en día se está haciendo.

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ARCHIVO PARTICULAR Alberto Mishaan (centro) junto a su esposa Susie, y sus hijos: Jonathan, Moris, Verónica y Andrés.

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