El peligro muy cerca
El tema de la narcotización de la actual juventud no es nuevo pero tiene alborotado en estos meses al país. Un país que, por cierto, no descansa de alterarse con la vida cotidiana que lleva, repleta de angustias, de reformas, de estremecimientos, de sufrimientos, ahora con otro ingrediente: el incomprensible comportamiento del Eln cuando estaban las condiciones favorecidas para iniciar diálogos serios; así con otros aspectos que no nos ubican fuera de los avatares normales de todo Estado en proceso de modernización y progreso.
La narcotización se gana el premio a la atención pública por la sensibilidad justificada del tema. Supera las expectativas de las nuevas reformas pendientes del nuevo gobierno, propuestas a la opinión pública y que no dejan de inquietar con la perspectiva de un fracaso, como la reforma a la justicia, la tributaria, la de la salud; pero que ante esta embestida de la narcotización de la juventud parecen enanas.
Es fácilmente detectable en colegios y universidades la alta penetración de la droga, su alto consumo en sus diferentes marcas y modalidades, como un resultado prácticamente predecible ante la pasividad del Estado en el inmediato pasado y errores garrafales que aquí consignamos con otros columnistas del país, de aprobar la dosis mínima que abría como llave maestra la vida para toda clase de avances, como sucedió hacia otros escenarios. Hoy estamos pagando esos errores y vemos criaturas adolescentes recreándose con el bazuco, la cocaína, la marihuana, el éxtasis y otras sustancias que aparecen cada día novedosas hasta para camuflarse en la forma de ofrecerse y venderse.
La Unesco ha pretendido a nivel mundial llamar la atención sobre este fenómeno, saliéndose del contexto de naciones pretenciosas –como nosotros– que quieren asumir la defensa del desarrollo de la personalidad del joven, o el libre albedrío para evitar la exclusión o la discriminación o el bullying, como posturas a través de leyes inicuas en defensa de los jóvenes consumidores. Postura que hace daño porque desconocen una realidad cruda por estar dizque defendiendo la libertad de actos en jóvenes que aún huelen a tetero.
Ahora reacciona el gobierno y nos parece saludable, pero ya es tarde. El microtráfico abunda, está sofisticado ya en el disimulo y el daño físico-orgánico del consumidor está avanzado. Ese 28% de los jóvenes que consumen es cierto, amparado en estadísticas serias.
El problema, por supuesto, va mucho más allá cuando se piensa que estamos preparando una juventud dependiente y enferma para regir los destinos de nuestro país en un corto plazo. Serán jóvenes sin preparación, incompetentes, sujetos a la esclavitud del consumo, con muy bajo porcentaje de discernimiento e inteligencia cognoscitiva y bastante vulnerables a toda clase de enfermedades que les vaticinan una vida más corta o más llena de enfermedades catastróficas. La lucha en este aspecto no solamente es del gobierno y de las fuerzas del orden, sino desde la familia, debe ser frontal, categórica, determinante. Son demasiado altos los riesgos que se avecinan.