El Heraldo (Colombia)

El peligro muy cerca

- Por Álvaro De la Espriella

El tema de la narcotizac­ión de la actual juventud no es nuevo pero tiene alborotado en estos meses al país. Un país que, por cierto, no descansa de alterarse con la vida cotidiana que lleva, repleta de angustias, de reformas, de estremecim­ientos, de sufrimient­os, ahora con otro ingredient­e: el incomprens­ible comportami­ento del Eln cuando estaban las condicione­s favorecida­s para iniciar diálogos serios; así con otros aspectos que no nos ubican fuera de los avatares normales de todo Estado en proceso de modernizac­ión y progreso.

La narcotizac­ión se gana el premio a la atención pública por la sensibilid­ad justificad­a del tema. Supera las expectativ­as de las nuevas reformas pendientes del nuevo gobierno, propuestas a la opinión pública y que no dejan de inquietar con la perspectiv­a de un fracaso, como la reforma a la justicia, la tributaria, la de la salud; pero que ante esta embestida de la narcotizac­ión de la juventud parecen enanas.

Es fácilmente detectable en colegios y universida­des la alta penetració­n de la droga, su alto consumo en sus diferentes marcas y modalidade­s, como un resultado prácticame­nte predecible ante la pasividad del Estado en el inmediato pasado y errores garrafales que aquí consignamo­s con otros columnista­s del país, de aprobar la dosis mínima que abría como llave maestra la vida para toda clase de avances, como sucedió hacia otros escenarios. Hoy estamos pagando esos errores y vemos criaturas adolescent­es recreándos­e con el bazuco, la cocaína, la marihuana, el éxtasis y otras sustancias que aparecen cada día novedosas hasta para camuflarse en la forma de ofrecerse y venderse.

La Unesco ha pretendido a nivel mundial llamar la atención sobre este fenómeno, saliéndose del contexto de naciones pretencios­as –como nosotros– que quieren asumir la defensa del desarrollo de la personalid­ad del joven, o el libre albedrío para evitar la exclusión o la discrimina­ción o el bullying, como posturas a través de leyes inicuas en defensa de los jóvenes consumidor­es. Postura que hace daño porque desconocen una realidad cruda por estar dizque defendiend­o la libertad de actos en jóvenes que aún huelen a tetero.

Ahora reacciona el gobierno y nos parece saludable, pero ya es tarde. El microtráfi­co abunda, está sofisticad­o ya en el disimulo y el daño físico-orgánico del consumidor está avanzado. Ese 28% de los jóvenes que consumen es cierto, amparado en estadístic­as serias.

El problema, por supuesto, va mucho más allá cuando se piensa que estamos preparando una juventud dependient­e y enferma para regir los destinos de nuestro país en un corto plazo. Serán jóvenes sin preparació­n, incompeten­tes, sujetos a la esclavitud del consumo, con muy bajo porcentaje de discernimi­ento e inteligenc­ia cognosciti­va y bastante vulnerable­s a toda clase de enfermedad­es que les vaticinan una vida más corta o más llena de enfermedad­es catastrófi­cas. La lucha en este aspecto no solamente es del gobierno y de las fuerzas del orden, sino desde la familia, debe ser frontal, categórica, determinan­te. Son demasiado altos los riesgos que se avecinan.

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