‘Mea culpa’
Las imágenes de Paola Moreno cayendo al vacío abrazada a su hijo Nicolás, tras haberse lanzado desde un viaducto en Tolima, son devastadoras. Testigos contaron que el niño de 10 años le rogaba a su mamá que no saltara, pero ni sus súplicas ni las de familiares lograron que de- sistiera de quitarse la vida.
Ante la mirada impotente de muchas personas, que la intentaron disuadir durante casi una hora, Paola –siempre aferrada a su hijo– se soltó del puente poniendo fin a una historia de sufrimiento atribuida a las deudas contraídas con los prestamistas del “gota a gota”. Ese infame sistema de préstamos con intereses impagables en el que organizaciones criminales someten a los deudores a todo tipo de intimidaciones, presiones y amenazas que en algunos casos acaban costándoles la vida.
¡Cuánta fragilidad emocional debió arrastrar esta madre en su corazón para tomar una determinación tan dolorosa y llevarse en su desesperación la vida de su hijo! ¡Qué inmensa pena deben estar soportando su familia y amigos al estimar que no fueron capaces de hacer más para prevenir el fatal desenlace que hoy conmueve al país!
Esta tragedia, que muchos siguieron en tiempo real a través de medios de comunicación –que de manera sensacionalista se ocuparon del tema– volvió a sacar lo más vergonzoso de nuestra condición humana. Somos morbosos por naturaleza, nos consume un interés enfermizo y malsano por lo que resulta hiriente, doloroso, negativo, desagradable. Todo lo prohibido, lo oscuro, lo malvado, lo que se goza en el mal ajeno nos seduce y hace aflorar nuestras pasiones más primarias. Justificándonos en el “interés informativo”, nos dejamos llevar por un placer que acaba cuando la transmisión se corta. Demasiado dañino para ser tan efímero.
En esa guerra por reventar audiencias satisfaciendo las “ganas” de quienes disfrutan escudriñando al otro, los medios de comunicación, desafortunadamente, nos apropiamos del libreto de la pornomiseria, esa visión amarillista de los hechos que vulnera, irrespeta y agrede no solo a figuras públicas, también a seres anónimos incapaces de responder la afrenta.
Hoy, día del periodista, vale la pena reflexionar sobre la responsabilidad ética de este oficio. Lo más fácil es “explotar” penosas situaciones que, como en el caso de Paola y su hijo, generan todo tipo de pasiones de rechazo y atracción. Pero no todo vale.
¿Qué ganamos los medios –y ahora los usuarios de redes sociales– replicando una y otra vez las imágenes del suicidio de esta mujer, las de policías, soldados y delincuentes muertos o las de líderes sociales asesinados? Es un irrespeto, un abuso y una bajeza que las revictimiza.
Basta ya de tanto abuso, del morbo en los medios, en el ejercicio periodístico, en la nueva sociedad digital de las redes. Esforcémonos por enaltecer la profesión, seamos capaces de respetar la privacidad, el derecho a la intimidad de las persona y al buen nombre. Nadie dijo que luchar contra nuestra propia naturaleza fuera fácil, pero hay que hacerlo.