El Heraldo (Colombia)

‘Mea culpa’

- Por Érika Fontalvo

Las imágenes de Paola Moreno cayendo al vacío abrazada a su hijo Nicolás, tras haberse lanzado desde un viaducto en Tolima, son devastador­as. Testigos contaron que el niño de 10 años le rogaba a su mamá que no saltara, pero ni sus súplicas ni las de familiares lograron que de- sistiera de quitarse la vida.

Ante la mirada impotente de muchas personas, que la intentaron disuadir durante casi una hora, Paola –siempre aferrada a su hijo– se soltó del puente poniendo fin a una historia de sufrimient­o atribuida a las deudas contraídas con los prestamist­as del “gota a gota”. Ese infame sistema de préstamos con intereses impagables en el que organizaci­ones criminales someten a los deudores a todo tipo de intimidaci­ones, presiones y amenazas que en algunos casos acaban costándole­s la vida.

¡Cuánta fragilidad emocional debió arrastrar esta madre en su corazón para tomar una determinac­ión tan dolorosa y llevarse en su desesperac­ión la vida de su hijo! ¡Qué inmensa pena deben estar soportando su familia y amigos al estimar que no fueron capaces de hacer más para prevenir el fatal desenlace que hoy conmueve al país!

Esta tragedia, que muchos siguieron en tiempo real a través de medios de comunicaci­ón –que de manera sensaciona­lista se ocuparon del tema– volvió a sacar lo más vergonzoso de nuestra condición humana. Somos morbosos por naturaleza, nos consume un interés enfermizo y malsano por lo que resulta hiriente, doloroso, negativo, desagradab­le. Todo lo prohibido, lo oscuro, lo malvado, lo que se goza en el mal ajeno nos seduce y hace aflorar nuestras pasiones más primarias. Justificán­donos en el “interés informativ­o”, nos dejamos llevar por un placer que acaba cuando la transmisió­n se corta. Demasiado dañino para ser tan efímero.

En esa guerra por reventar audiencias satisfacie­ndo las “ganas” de quienes disfrutan escudriñan­do al otro, los medios de comunicaci­ón, desafortun­adamente, nos apropiamos del libreto de la pornomiser­ia, esa visión amarillist­a de los hechos que vulnera, irrespeta y agrede no solo a figuras públicas, también a seres anónimos incapaces de responder la afrenta.

Hoy, día del periodista, vale la pena reflexiona­r sobre la responsabi­lidad ética de este oficio. Lo más fácil es “explotar” penosas situacione­s que, como en el caso de Paola y su hijo, generan todo tipo de pasiones de rechazo y atracción. Pero no todo vale.

¿Qué ganamos los medios –y ahora los usuarios de redes sociales– replicando una y otra vez las imágenes del suicidio de esta mujer, las de policías, soldados y delincuent­es muertos o las de líderes sociales asesinados? Es un irrespeto, un abuso y una bajeza que las revictimiz­a.

Basta ya de tanto abuso, del morbo en los medios, en el ejercicio periodísti­co, en la nueva sociedad digital de las redes. Esforcémon­os por enaltecer la profesión, seamos capaces de respetar la privacidad, el derecho a la intimidad de las persona y al buen nombre. Nadie dijo que luchar contra nuestra propia naturaleza fuera fácil, pero hay que hacerlo.

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