Una semana negra
Ha sido una semana triste para Colombia, una semana que no deja de asombrarnos por su dureza, una semana en la que nos hemos dado cuenta de que seguimos viviendo en un país violento, insensible, difícil y lleno de contradicciones. Escribo esto sin entender todavía cómo sigue pasando lo mismo, cómo la juventud se enfrenta a un futuro tan incierto y cómo la inseguridad se apodera de los corazones bondadosos y llenos de vida.
Por un lado, tenemos el suicidio en Ibagué de la mujer de 32 años que se arroja de un puente llevándose consigo la vida de su hijo de 10 años. Un terrible suceso que nos deja una enseñanza grande: las enfermedades mentales no pueden seguir siendo estigmatizadas, no podemos seguir viendo al otro como ‘dramático’ o ‘débil’, no podemos seguir creyendo que eso es ‘una fase que se va a pasar’, no se puede seguir pensando que tener ayuda es un privilegio, pues, si esto no se ataca de raíz, con especialistas, con tratamientos, con tender una mano, nada nunca cambiará y este tipo de situaciones se seguirán presentando.
Y por otro lado tenemos el trágico caso de Fabio Legarda, el cantante de sangre barranquillera que murió el pasado jueves en la ciudad de Medellín por cuenta de lo que parece ser una bala perdida. Una tragedia que nos deja a todos una realidad: la violencia en esta nación no cesa, seguimos escribiendo sobre renglones llenos de sangre y seguiremos sin conocer los futuros que se han visto truncados de tantas personas con almas nobles, con inteligencias desbordadas y con talentos inigualables.
Duele que se queden tantas cosas sin ser contadas, tanta música sin ser escuchada, tantas canciones sin ser escritas, tantos videos sin ser vistos y tantas personas sin seguir siendo amadas. Duele que este sea el país en el que todavía nos toque vivir, uno en el que nos dé miedo salir libremente, uno en el que nos haga volvernos personas desconfiadas y uno en el que la justicia sea tan inexistente.
Sí, la temprana muerte de Legarda nos ha hecho reflexionar sobre qué tan efímera es la vida y nos ha inspirado a siempre vivir cada día como si fuese el último, pero eso no quita que no sintamos impotencia, rabia y dolor, eso no quita que no creamos que la generación que vino antes de la nuestra ha fallado y que es cuestión de nosotros transformar el país en el que nacimos, y eso no quita que no sintamos que va a ser difícil salir del asombro.
Porque lo que ha pasado esta semana es una muestra más de que aún hay mucho por corregir, muchos estigmas que eliminar, mucha violencia que acabar y mucha tela por cortar. Porque lo que pasó en Ibagué no es algo sobre lo que hay que recriminar, sino sobre lo que hay que tomar acción para ayudar a que los problemas de la mente se tomen en serio. Porque lo que le pasó a Legarda sí es algo que hay que denunciar, juzgar y nuestras voces alzar para que intentemos que este mundo sea uno menos cruel, menos injusto y menos desgarrador.