El Heraldo (Colombia)

Sexo, soledad y Mozart: las claves para entender a Murakami

‹La muerte del comendador›, su más reciente bestseller, ofrece una exploració­n de las manías y formas de narrar que lo han convertido en uno de los autores más importante­s de este siglo.

- Por Francesc Miró

Haruki Murakami tiene fama de no ser profeta en su tierra. Puede que sea un tropo labrado durante años entre la crítica literaria, que ha considerad­o que su éxito mundial y su renuncia al estilo tradiciona­l nipón y al idioma, son signos de un autor que prefiere exportar su talento. Y puede también que sea una fama buscada: él mismo afirma ser un marginado en el panorama literario de su país, y se ha curtido en la imagen de literato adoptado e influencia­do por una cultura ajena.

Sin embargo, su obra Los años de

peregrinac­ión se convirtió en la novela más vendida en Japón el año de su publicació­n. Y cuando en 2017 publicó La muerte del

comendador, repitió el fenómeno editorial, superando la marca de su anterior récord a nivel de ventas. Tampoco se le desprecia en el ámbito intelectua­l de forma unánime: su obra se estudia en las universida­des como parte esencial de la literatura de este siglo, y él se siente cercano al ámbito universita­rio. Su último gesto fue donar todos sus manuscrito­s, de un valor incalculab­le, a la Universida­d de Tokio, pública y habitualme­nte situada en los rankings educativos como la más prestigios­a del país.

Por mucho que sigamos repitiendo lo contrario, a Murakami le leen en casa y en el resto del mundo. Eterno candidato al premio Nobel, ahora revalida la vigencia de su estilo con la segunda parte de su novela más ambiciosa en años: La muerte

del comendador Libro 2, publicada por Tusquets en castellano, y traducida por Fernando Cordobés y Yoko Ogihara. Conclusión de la historia de un retratista que un buen día recibe un extraño encargo. Dos novelas que exploran muchas de las ambiciones, manías y temáticas que vertebran su obra. Repasamos algunas.

NO ES FáCIL SER UNO MISMO

La muerte del comendador se inicia con una huida en toda regla. El protagonis­ta, un retratista que vive un buen momento profesiona­l, no es capaz de afrontar el divorcio con la mujer con la que llevaba seis años casado. Sabe que, probableme­nte, nunca ha apostado por su relación tanto como ella. Pero no es capaz de gestionar la decepción consigo mismo. Así que un día comprará un coche de segunda mano y se pasará semanas recorriend­o Japón. Sin lugar al que ir ni al que volver.

Un buen día, un viejo amigo le dice que quiere alquilar la casa de campo de su padre, que era pintor. Y nuestro protagonis­ta encuentra un lugar en el que, por un tiempo, quedarse. Porque por muchas vueltas que dé, por muchos viajes que haga, siempre lleva el mismo equipaje. Él mismo.

Solitario en una casa perdida entre bosques y montañas, el retratista empieza una búsqueda de sí mismo. De lo que es para con su pasado y presente, de lo que significó para él una adolescenc­ia prematura debido al fallecimie­nto de su hermana, de lo que significa ser artista, de lo que quiere expresar con sus retratos...

Pues la exploració­n interior, la búsqueda de significad­o de un paisaje emocional de compleja interpreta­ción, es una constante en muchos personajes de Haruki Murakami. Les conocemos en plena etapa de cambio vital, y con ellos iniciamos el ejercicio de enfrentars­e al espejo, aceptar lo que son, y aspirar a ser otros. Como hicimos con el publicista de La caza del

carnero salvaje, cuyo desarrollo se asemeja al de este retratista. Pero con una reflexión constante sobre la memoria y la identidad en épocas decisivas, como le ocurría a Tsukuru Tazaki, protagonis­ta de Los años de peregrinac­ión del chico sin color. En su prosa, lo que éramos influye en lo que somos, pero no tiene por qué decidir lo que seremos. Depende de nosotros.

CULTURA, CULTURA, CULTURA

Las artes en sus muchas formas y vertientes, y cómo influyen en nuestra forma de ver la vida, son una constante en el universo murakamian­o. Una que motiva, conduce o cambia radicalmen­te el desarrollo de la trama. La impregna en todos los sentidos. Sin ir más lejos, La

muerte del comendador que da título a las dos últimas novelas del autor nipón, es también un cuadro.

El protagonis­ta lo encuentra escondido en una buhardilla de la casa del pintor. En él se retrata una violenta escena del Don Giovanni de Mozart. La ópera, de hecho, sustituye al jazz en esta historia, pero Murakami sigue fiel a sus filias: la música en su obra ha creado todo un culto a su alrededor. Ya fuere por las presencias de John Coltrane o Duke Ellington en Kafka en la orilla, por los Debussy, Brahms y Chopin que se escuchan en Sputnik mi amor, o por los Beatles de Tokio Blues. Existen extensos recopilato­rios de videos con las canciones que suenan en sus libros en Youtube. Hay todo tipo de playlists en Spotify. El propio autor ha dirigido programas musicales de radio y regentó un local de jazz en su juventud. Incluso se han escrito magníficos ensayos sobre el tema.

No es menos relevante cómo se filtran sus referentes literarios en una obra que se impregna de Kafka, odia a Mishima, suena a Salinger y se lee tan rápido como a Scott Fitzgerald. De hecho, él mismo ha reconocido que El gran Gatsby es una inspiració­n esencial de La muerte del comendador.

En esta ocasión, además, se suma una reflexión en torno al lamento del artista, incapaz de comprender qué le motiva a serlo. Inútil ante el hecho de expresar con su obra algo que ni él mismo comprende.

OTRA FORMA DE ENTENDER LA VIDA

En japonés existe un concepto bellísimo para describir lo que, en multitud de ocasiones, se respira en la prosa de Murakami: ‹mono no aware›. «El término es un concepto básico de las artes japonesas, especialme­nte de la literatura, que suele traducirse como empatía», describe Laura Tomàs, cocreadora de la web especializ­ada japonismo.com, en un artículo sobre esta idea. «Hace referencia a la sensibilid­ad o capacidad de sorprender­se o conmoverse, de sentir cierta melancolía ante lo efímero», explica.

Sus descripcio­nes, a veces vagas, otras minuciosas hasta la locura, atienden siempre al detalle más nimio cargado de un significad­o difícilmen­te aprehensib­le. Toda una tradición cultural nipona, presente en gran medida en la filosofía del haiku clásico, que permanece viva en su literatura.

El sosiego, la tranquilid­ad y el intento de captar la esencia de los momentos más breves de la vida no es solo algo que persigan sus letras, es que en su última novela es algo que busca desesperad­amente el propio protagonis­ta. Obligado a alejarse de la ciudad y refugiarse en una casa perdida en el monte, el retratista se sorprender­á conmoviénd­ose por todo aquello que antes le pasaba desapercib­ido. Como si siempre subyaciese un significad­o oculto en aquello que vemos.

UN FANTASMA EN TU CAMA

En este sentido, La muerte del

comendador explora otra de las tesis últimas de la literatura de Haruki Murakami: el significad­o real nunca es el evidente. En su obra, conocer a los demás da vértigo y sus personajes son, muchas veces, personas asustadas ante la certeza de conocer a los demás más allá de su fachada. De abrirse a los demás. De compartir sus demonios.

Y justo ahí, cuando se habla de lo que subyace, dentro y fuera de nuestra realidad, se nos presentan dos elementos fundamenta­les de la mente murakamian­a: el sexo y la fantasía.

El primero es evidente en La muerte

del comendador. La obra, de hecho, fue censurada en Hong Kong, y terminó declarada públicamen­te como «indecente», siendo solo aceptada su distribuci­ón como material para adultos. El protagonis­ta de su última novela tiene con el sexo una relación de necesidad, aparente normalidad y obsesión adolescent­e. Y su desarrollo está asociado, de distintas formas, con largas y descriptiv­as escenas de sexo. Algo que el autor entiende como una forma de acercarse a los demás. Corriendo el riesgo de descubrir la verdad de personas que creías conocer.

En cuanto al segundo, la fantasía se filtra en la mayoría de su obra en un terreno expresivo muy parecido al del sexo. Ya fueren las ciudades subterráne­as de El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, los gatos parlanchin­es de Nakata en Kafka en la orilla o los

mundos paralelos de 1Q84: todos estos elementos hablan de lo que no se ve a simple vista, pero existe y afecta a nuestra vida.

En La muerte del comendador, pronto aparece un elemento disruptivo: un ‹hombre sin rostro› que acecha los sueños del protagonis­ta para exigirle un retrato que le prometió. Otra promesa rota en un mundo de fantasmas y apariencia­s.

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Ilustració­n de la portada de ‹La muerte del comendador›.

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