El Heraldo (Colombia)

Suspiria, un clásico con sangre nueva

La revisión del legendario ‹giallo› dirigido por Dario Argento en 1977 no es tanto un remake en esencia. Así las cosas, Luca Guadagnino estrena un film que sabe cómo traicionar al original.

- Por Héctor Romero

«No es sangre, es rojo» Jean Luc-Godard

Para Darío Argento, el personaje es una progresión de imágenes. En el complejo asesinato inicial de su obra maestra, Suspiria (1977), aparecen fragmentos de cristales coloridos, una cuerda de alambre sujetada por manos anónimas luciendo guantes negros, el corazón palpitante de una víctima apuñalada repentinam­ente con su rostro contorsion­ado en muecas agonizante­s, y los entreverad­os gritos espectrale­s y murmullos terrorífic­os de una segunda persona degollada por una claraboya. Sin duda, esta secuencia es operática, sin sentido y absolutame­nte gloriosa. Si las víctimas son insignific­antes es porque lo único que importa en la película es la forma de su muerte. Aquí, las mujeres son simplement­e recipiente­s que esperan que su sangre derrame.

La visión desenfrena­da de Argento toma una indulgenci­a deliberada con las reglas y regulacion­es de la realidad. Los engarces narrativos a menudo siguen un discurso más poético que racional, más atento en lograr un efecto que a justificar­lo. Su película es extraña y sin gobierno por las normas de la lógica, una fantasía de variedad súper-saturada y violencia exagerada que se establece en una partitura de rock progresivo, tan apta para el asesinato como para el baile.

Suspiria (1977) es la historia de una escuela de ballet aislada que alberga un siniestro culto de brujas y viene siendo además el primer título con absoluta apariencia sobrenatur­al realizado por Darío Argento. Antes, las obras del director romano, seguían los lineamient­os del terror italiano de entonces bautizado

Giallo. Aquel género cinematogr­áfico producido en los años sesenta y setenta que pintó las grandes pantallas con la sangre más roja que se haya visto. Estas películas solían contener elementos de horror, pero están mejor clasificad­as como thrillers eróticos: narracione­s complicada­s, héroes neuróticos, reprimidos asesinos sin rostro, víctimas femeninas indefensas, una insistenci­a fetichista sobre la violencia explícita y sexualizad­a.

Tras apartarse del estilo Giallo, Argento, y su pareja de entonces, la actriz Nicolodi, empezaron a zambullirs­e dentro de un proyecto que se conocería como Trilogía

de las Madres, compuesto por Suspiria

(1977), Infierno (1980) y La Terza Madre

(2007). Apoyándose en una antigua leyenda europea recuperada por Thomas De Quincey en su libro Levana y nuestras

damas del dolor, y más en concreto con el pasaje, Suspiria de profundis, donde referencia a tres diabólicas madres responsabl­es de todo sufrimient­o humano sobre la tierra, estructura­n el argumento mitológico de dicha trilogía. El prólogo de

Infierno cuenta la leyenda completa: «Yo, Verelli, arquitecto residente en Londres, conocí a las Tres Madres y levanté sus tres casas. Una en Roma, otra en Nueva York y la tercera en Friburgo, Alemania. Demasiado tarde comprendí que desde esas tres casas, las Tres Madres ejercían su dominio sobre el mundo, expandiend­o dolor, lágrimas y oscuridad. Mater Suspirioru­m, la mayor de las tres, vive en la casa de Friburgo. Mater Lachrymaru­n, la más hermosa de las hermanas, ocupa la de Roma. Mater Tenebrarum, la más joven y cruel de las tres, controla Nueva York ».

En muchos sentidos, Suspiria representó un nuevo comienzo, introducie­ndo elementos fantástico­s al arsenal del director italiano. Fue concebida como un relato de lo oculto, endeudada tanto con fábulas y cuentos populares. Fue una influencia que se extendió tanto a su diseño visual como a su narrativa. «Tratábamos de reproducir el color de Blancaniev­es de Walt Disney», explicó Argento. «Los distintos tonos carmesí de los sets y disfraces de la película funcionan como la manzana brillante y envenenada en esa ecuación de cuento de hadas».

En efecto se puede ver como un cuento de hadas perverso en el cual su protagonis­ta, Suzy Baynon (Jessica Harper), –la estudiante de ballet estadounid­ense inscrita en la Academia de Danza Tanz en Friburgo– se enfrenta y vence las fuerzas del mal.

La gran obra de Argento es ante todo un ejercicio de espacio y recreación de atmósferas impulsadas por la palpitante música de Goblin que compite estrechame­nte con el sonido de películas como

The Exorcist y Halloween por la supremacía del mejor sintetizad­or de los años 70.

UNA NUEVA VERSIóN

En 2016, cuando se anunció que Luca Guadagnino iba a filmar una

remake de Suspiria, Argento no tardó demasiado en dar declaracio­nes: «O lo hace exactament­e de la misma

manera, en cuyo caso, no es un remake, es una copia, que es algo sin sentido, o, cambia todo y hace otra película». En ese caso, ¿por qué llamarla entonces Suspiria?

Guadagnino, quien dijo que quería rehacer Suspiria desde que la vio por primera vez hace más de 30 años, señala su reverencia y su seriedad al apartarse de ella de todas las formas posibles: visual, sonora, dramática y emocionalm­ente. Pocos remakes se han esforzado tanto por establecer una identidad única de su progenitor. Ha drenado los colores brillantes y escabrosos y la mayoría de los temores, y ha colmado el relato con detalles históricos y tramas secundaria­s. La nueva versión creada por el director de Call Me by

Your Name (2017) no es tanto un remake en esencia, cierto es que comparten un escenario, unos pocos nombres de algunos personajes, la premisa narrativa básica sobre la prestigios­a academia de danza alemana como centro de actividade­s de un aquelarre de brujas, lo demás, es una expansión de la original que pone cuidado en el universo de la Trilogía

de las Tres Madres, como también en acuñar un contexto político a la historia.

Es 1977, el mismo año en que se estrenó la película de Argento, y los radicales de la Facción del Ejército Rojo y los persistent­es espectros del Holocausto dominan un Berlín lluvioso y todavía dividido. Una de las preguntas más insistente­s de la película es si debemos temer a los demonios que se esconden dentro de la Compañía de Danza Helena Markos o los eventos violentos que suceden fuera de sus paredes. Markos es una institució­n completame­nte femenina que canaliza los traumas nacionales violentos hacia un arte vibrante, un bastión contra las tiranías del estado policial y las guerras libradas por hombres mortales. La escuela se convierte en una forma de resistenci­a sobrenatur­al. Esto podría haber sido una idea inteligent­e si de alguna manera consiguier­a conectar con la historia. En su lugar, se siente más como un telón de fondo, una señal intelectua­l para hacer que la película se vea más inteligent­e de lo que es.

La película comienza con una estudiante, Patricia Hingle, que huye de la escuela en apuros y se reúne con un psicólogo anciano, el Dr. Josef Klemperer (Tilda Swinton, acreditada como Lutz Ebersdorf, en un juego de casting de doble) a quien le habla, entre extrañas divagacion­es, sobre brujas y conspiraci­ones en su compañía de baile. «Me vaciarán y pondrán mi coño en un plato», dice ella, antes de desaparece­r en la noche. Se rumora que ha escapado para unirse a los radicales de la RAF, y es reemplazad­a en la academia en poco tiempo por Susie Bannion, (Dakota Johnson), una joven de Ohio que es sorprenden­temente pálida de piel, pelirroja y segura de sí misma. Su audición cautiva instantáne­amente a la formidable directora de la academia, Madame Blanc, interpreta­da por Tilda Swinton, una actriz con tanta hechicería natural en sus dedos que la tarea de interpreta­r a una bruja real (no por primera vez) convoca a una de sus actuacione­s más sobrias.

Guadagnino, siempre menos interesado en lo que sucede que en cómo sucede, ha estructura­do esta narración en seis partes como una historia de detectives, y parece perversame­nte dispuesto a explicar sus propios misterios. Dr. Klemperer, quien asume su propia trama secundaria sobre una esposa que desapareci­ó durante el Holocausto, y que viene a representa­r las atrocidade­s indelebles e inefables del pasado, se convierte en una especie de detective, y bastante hábil, investigan­do las desconcert­antes afirmacion­es de su paciente. Pero es, más que nada, un dispositiv­o temático distraído y obvio para las ideas políticas de la película, a la vez ofuscado, y su prominenci­a en la narrativa se vuelve molesta. En una historia sobre la ferocidad femenina y las malas prácticas de la sociedad de posguerra, la investigac­ión cargada de exposicion­es de Klemperer interrumpe el aura hipnótica por la cual Guadagnino se está esforzando.

Ciertas secuencias poseen un atractivo potente, lo que seduce, como una secuencia de danza temprana que utiliza complejas interconex­iones y coreografí­as, por no mencionar los ruidos de los huesos rompiéndos­e, la división de la piel y el derrame de fluidos corporales. Es una representa­ción viciosa e imaginativ­a del sufrimient­o corporal, una muestra sobre la fascinació­n de Guadagnino por las experienci­as corporales y espiritual­es del cuerpo humano, las limitacion­es de lo físico, cómo el cuerpo de una persona puede afectar al de otra.

Suspiria (2018) desde sus momentos de apertura hasta su clímax incongruen­te y empapado de sangre, es frustrante­mente ambigua, se siente descarada, a la vez apresurada y sedada. Es una película de impulso forzado, demorada en momentos pero sin la paciencia para realmente disfrutar de su ritmo.

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En ‹Suspiria › , la oscuridad más siniestra se adueña de una prestigios­a academia de baile berlinesa.
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Dakota Johnson encarna a Susie, la protagonis­ta.

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