El Heraldo (Colombia)

Biografía imaginaria de Seymour

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No sé si a ustedes les pasa que se cansan un poco de la rutina cargante de ser la misma persona todos los días. Después de todo, ¿es tan terrible que a veces parezcamos la misma persona? Hasta la gente que menos nos gusta, tiene una gracia que no les pertenece sino a aquellos a quienes amamos. Por eso el hermano de Seymour dijo en una noche memorable que le gustaría incluso que todo el mundo fuera idéntico.

Dijo que así uno pensaría que todas las personas del mundo son la mujer, el padre o la madre de uno, y la gente se pasaría el tiempo arrojándos­e los unos en los brazos de los otros donde quiera que fuesen y que sería muy lindo.

Claro que a mí me pasa que a veces veo en la calle gente que me parece idéntica a la gente, pero creo que todo es parte de cierta manía suicida que ha caracteriz­ado mi vida desde la adolescenc­ia.

En otras ocasiones veo más intenso el color de las cosas, cuando flotan en el aire ciertos invisibles fantasmas que vienen del fondo de una imaginació­n enferma; es cuando estoy en ese lugar donde el deseo se agota en el segundo beso y todo está hechizado por una rara hermosura; es cuando me encuentro en ese maravillos­o infierno donde todo es nuevo y hasta el aire que respiras es parte de un silencio todavía más grande que la felicidad.

Tenme despierto hasta las cinco solo porque todas tus estrellas han aparecido y no por ninguna otra razón. Tenme despierto hasta cuando tu mirada se torne en el líquido azul, como lo sueño a veces. Déjame en vela para que esté en el momento en que tu boca abandone la palabra por el beso.

Ah, esta felicidad es un trago fuerte. Y fue así como el hermano de Seymour relata cómo él subía saltando las escaleras y era en general espectacul­armente bueno o espectacul­armente malo y me dijo en una oportunida­d que todo lo que hacemos en la vida es ir de un pedazo de Tierra Santa a otro. Viene un leve viento de alegría, el color encendido de algo secreto y hermoso, la suave brizna de la adolescenc­ia que regresa un instante; hay tres segundos que están transcurri­endo hace siglos.

Esta noche me aterra decirte cualquier cosa que no sea trivial. Por ejemplo que si quieres ganar no hagas nunca trampa en el juego.

Hay tres segundos que están transcurri­endo desde hace siglos, y Seymour dijo que no estaba seguro de haberse bajado jamás de la hermosa bicicleta de Joe Jackson y otra vez, sin que hasta ahora nadie haya entendido, mostró deseos de ser un gato muerto.

Un dichoso silencio una mirada tras el fuego único de la chimenea moribunda, acaso el fragmento más olvidado de una canción, un sutil aire de ternura: para los fieles, los pacientes, los herméticam­ente puros, todas las cosas importante­s de este mundo llegan a realizarse hermosamen­te. Quiero terminar con un final feliz, sin referirme al suicidio de Seymour, pues en su caso basta saltar la página: la voz humana hace lo que puede por profanarlo todo en la tierra.

Por favor, sigue lo que te dice el corazón, para bien o para mal. Hay tres segundos que están transcurri­endo hace siglos y sospecho que la gente conspira para hacerme feliz.

*Prólogo de ‹Dario Jaramillo Agudelo. Poesía Selecta›, cortesía de Penguin Random House Grupo Editorial (Lumen).

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