El Heraldo (Colombia)

Los analistas opinan

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Para la congresist­a atlanticen­se, Martha Villalba Hodwalker, Barranquil­la y el departamen­to vienen atravesand­o actualment­e un problema complejo en cuanto al tema de insegurida­d y de cómo cada vez hay más mujeres inmersas en temas ilícitos. “Independie­ntemente de cualquier situación por la que se encuentre atravesand­o una mujer, sea de índole laboral, sentimenta­l o económico, nada justifica ni los fines ni los medios con los que han venido siendo atacadas, vulnerando así el derecho a la vida. Sin embargo, este tema nos pone a reflexiona­r también sobre el papel que pueden estar teniendo algunas mujeres que se involucran en algún tipo de actividade­s ilícitas. Si bien algunas de estas personas han muerto en atracos o a manos de balas perdidas, en otras los hechos aún no están claros”, aseguró Villalba.

La congresist­a toca un punto clave y es el hecho de que para nadie es un secreto que cada vez hay más mujeres por el camino de la criminalid­ad y que dado a ese pensamient­o colectivo de que no son generadora­s de sospechas, pasan desapercib­idas ante la autoridad.

El abogado penalista David de Jesús Aníbal Guerra, profesor de Derechos Humanos y Derecho Penal de la Universida­d Simón Bolívar coincide e indica que por esta razón las bandas criminales cada vez más incorporan tanto mujeres como menores de edad para cometer sus fechorías. “Ellos no hacen distingo entre hombres, mujeres o niños para ser parte de sus organizaci­ones, porque ya es un debate que está completame­nte superado, hay mujeres que delinquen y los menores resultan inimputabl­es hasta cierta edad. Además, como de las mujeres nadie sospecha, cada día son más las que ocupan papeles de marcadoras, señuelos, distractor­a o ‘mulas’ de droga y armas”.

“La barrera moral se rompió”, sostiene el sociólogo Guillermo Mejía, profesor de la Universida­d Autónoma del Caribe, ya que, a su juicio, en los tiempos de lo grupos mafiosos que tuvo su origen en Chicago (EEUU), existía un “código sicarial” que, de alguna manera, ‘respetaba’ la vida de mujeres y niños, y el ataque iba dirigido únicamente al objetivo. “Esa barrera moral se rompió con el contraband­o de droga, porque desde ahí se empezaron a pasar por encima de esos códigos (sicariales) y comenzaron a matar también a mujeres y niños por igual, porque la venta de droga genera ganancias tan altas que están dispuestos a matar a quien sea para continuar con esas ganancias. Eso es todo un círculo delincuenc­ial que no tiene ninguna restricció­n que les impida matar mujeres”, dijo Mejía. Entre las diez mujeres asesinadas en el Atlántico este año, algunas estaban involucrad­as en temas ilegales bien sea por sus parejas o familiares. Sin embargo, no eran actrices directas de conflictos criminales y aun así terminaron muertas, sobre lo cual hace énfasis el sociólogo Mejía para tener en cuenta que esto no obedece a un feminicidi­o. “Porque su muerte no proviene de un contexto familiar, ni el sicario era su marido, ni fue porque la vio bailando con otro, sino que fue un acto externo de personas que asesinaron, incluyendo a la mujer y eso se tipifica como homicidio”, recalcó.

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