Crímenes ecológicos que nos envenenan
Hace 60 años, al inaugurarse la carretera Barranquilla-Ciénaga, se oficializó el mayor crimen ecológico en el Caribe colombiano, al haberse clausurado la casi totalidad de los canales de intercambio de agua entre el mar Caribe y el río Magdalena en el parque Isla Salamanca. Además se cortó el caño Clarín y cegó la llegada del agua del río Magdalena ala ciénaga La Redonda, causando la muerte de cerca de 25.000 hectáreas de manglares, equivalentes a la mitad del área total de mangle que cubría el ecosistema en 1950.
Viene a mi memoria el dantesco panorama en que se convirtió el hermoso paisaje costero pletórico de gigantes mangles que servían de hábitat a cientos de especies acuáticas y multitud de aves migratorias. Era tanta la destrucción que el parque fue escogido por los realizadores de la exitosa tele- novela de los 90, Calamar, para filmar las escenas del tenebroso Valle de los Recuerdos, en donde habitaba el malvado capitán Olvido. También rememoro cuando, al viajar con mi familia a Santa Marta, mi hija Arlen buscaba en el fantasmagórico y lúgubre cementerio de mangles a su ídolo Guri- Guri. Son tristes recuerdos del crimen ecológico.
A finales de los 90, el Estado remedió el holocausto causado, reconstruyendo cinco caños que permitieron el libre paso del agua dulce del río y la salada del mar, lo cual recreó las condiciones eco- lógicas de salinidad que hicieron viable el resurgir del manglar. Después de más de 20 años de recuperación, fruto de esa maravillosa capacidad de regeneración de la naturaleza, creímos que el parque de manglares iba a gozar de la protección necesaria para no volver a ser agredido. Y no ha sido así; en la última década sigue siendo atropellado sistemáticamente para explotar el mangle como carbón o con quemas para capturar la fauna protegida, el usufructo irracional del agua dulce por los finqueros, la hipersalinización, las altas temperatu- ras y el cambio climático.
Ya se presentó el primer incendio forestal del año en ese parque y, como ya es habitual, una inmensa nube de humo envolvió Barranquilla, nos ahogó y cubrió de cenizas.
Aunque las autoridades han realizado varios consejos de seguridad y adoptado medidas de salvaguardia como la vigilancia del área protegida, el aumento del número de guardabosques y la ubicación de un puesto de carabineros, no se le ha podido poner freno a la problemática. De hecho, el alcalde Alejandro Char exigió públicamente una solución al Ministerio de Ambiente. La intervención del Gobierno nacional no solamente es necesaria sino urgente, pues no es lógico que siga destruyéndose este tesoro de la naturaleza.
Pero no todo está perdido. Estamos aún a tiempo de salvar este patrimonio ecológico, reconocido hoy por la Unesco como reserva de la biosfera. Es necesario el trabajo mancomunado del Ministerio de Ambiente, las organizaciones ambientales, los entes territoriales, la academia y la ciudadanía, para desarrollar un gran proyecto integral que permita la protección de este valioso pulmón del Caribe.