Del cielo viene una bala perdida
Antes de ser perdida, la bala fue una simple bala. Bala, es decir, proyectil de forma esférica o cilíndrica, generalmente de plomo o hierro, que tiene la propiedad de reducir o matar.
La bala, inventada hace casi dos siglos, sale de una pistola (puede ser también un revólver). Revólver (o pistola) es un arma de fuego, corta, fabricada en alguna industria militar del mundo o en el patio de una casa, en cuyo caso recibe el nombre de “hechizo”.
Algunos las usan cuando cumplen años o están en alguna celebración patronal, a la manera de tiros al aire para detonar mandamientos de poder, que por supuesto radican más en el estallido que en los zumbidos que deja en las nubes pasajeras.
En ambos casos –matar o agujerear el firmamento– puede ocurrir que la bala vaya “a dar en un punto apartado de aquel adonde el tirado quiso dirigirla”, según define la RAE.
La bala perdida se vuelve noticia cuando el “punto apartado” al que da es el cuerpo de una persona. Por ejemplo, el del cantante Legarda, que transitaba desprevenidamente por una esquina de Medellín y recibió un impacto mortal que tiene conmovido al país desde hace una semana.
El del muchacho no es el único caso, según han recordado las estadísticas oficiales de estos días. El año pasado, por ejemplo, el Centro de Recursos pa- ra el Análisis de Conflictos, Cerac, contó 170 víctimas, esto es, una cada 48 horas.
Las mismas cifras indican que entre 1990 y 2017 murieron 675 de los 1.565 colombianos que fueron alcanzados por estos proyectiles desorientados. Las mayores víctimas, según dijeron, fueron menores de entre 10 y 18 años.
Pero, otra vez, la bala no tiene vida propia, ni cuando acierta ni cuando anda en extravíos. Lo que se la da es, justamente, la pistola, que a su vez sale del letargo en que lo deja la fábrica cuando es accionada por las manos de un pistolero.
En Colombia hay aproximadamente 3 millones de estas armas de fuego: 750.000 tienen salvoconducto y circulan de manera legal entre personal de seguridad, empresarios, jueces o ciudadanos clasificados como de alto riesgo; el resto, entre delincuentes (porque el porte ilegal es un delito).
Lo digo de mejor manera: hay un arma por cada 16 colombianos. Puede ser más espeluznante: por cada ciudadano que porta un arma hay 16 en riesgo de ser víctimas de una balada perdida.
Por eso, en vez de seguir con los devaneos en que andamos desde finales del año pasado sobre la permisividad del porte, lo que debemos hacer en Colombia es prohibirlo. Tajantemente.
No solo porque en esos quedamos en la Constitución de 1991, cuando declaramos que la seguridad es una facultad exclusiva y excluyente del Estado, sino porque increíblemente 46 millones de colombianos están hoy bajo el fuego inminente de los matones intencionales y de los disparadores sin tino. ¿No les parece suficiente razón?