El Heraldo (Colombia)

Si hubieran puesto la multa en Distracció­n

- Por Alberto Martínez @AlbertoMti­nezM

Juana González vende fritos en la carretera nacional que comunica al sur de La Guajira con el departamen­to del Cesar.

En el mostrador hay carimañola­s que los comensales hambriento­s pueden acompañar con agua de maíz y peto caliente.

Pero el producto estrella del ventorrill­o es la empanada. Se trata de una masa fina de maíz cocido, que ella y sus cuatro empleados rellenan de alguna proteína, antes de que la manteca caliente que reemplaza cada día, le de ese toque dorado crujiente que convoca agua en el paladar.

Es prima hermana de la empanada gallega de los españoles, casi sobrina de los Cornish pasties de los británicos, y tía política de las sfihas árabes.

En la Edad Media, era una de las formas de conservar la carne. Por eso hay quienes la emparentan con el mandu de los coreanos.

Como ven, las empanadas son productos universale­s. Y han podido ser protagonis­ta de la misma escena que vivió la semana pasada Bogotá, claro está, si en esos lugares hubiera legislado un político colombiano.

Las de Juana se llaman empanadas, a secas, y son de mon...

Todo ocurrió una tarde en que un señor antojado por la fragancia del caldero de peltre, preguntó de qué eran aquellos envueltos.

En la medida en que ella iba diciendo de lo que realmente eran (de carne, de pollo, de queso), el sujeto respondía sucesivame­nte: “no me gusta”. Entonces Juana, siempre lenguaraz, le gritó, con algo de enfado: “Nojoda, también tengo de mon...”. En medio de las risotadas de todos, el hombre le dijo que le diera cuatro.

El desenlace fue la comidilla del pueblo, de manera que los muchachos pasaban por el lugar para preguntarl­e a la mujer de qué eran las empanadas, solo para obtener procaz respuesta.

Juana González fue, desde entonces, Juana Mon... Y su apellido sobrevinie­nte le dio el nombre al negocio.

Juana y sus hijos convirtier­on la anécdota en un caso de marketing digno de cualquier escuela, pues además renombraro­n los otros productos para jugar con el nuevo valor reputacion­al.

El negocio nunca tuvo mejores ventas. No hay burócrata, cantante o turista que pase por esas tierras de acordeón y buenos versos, que no se detenga en el cruce de Distracció­n para deleitar las frituras y, claro, tomarse la foto para Instagram.

Las empanadas son las más sabrosas de la región, no solo por la receta, que consiste en amasar el maíz tierno con los jugos de la carne y el pollo a medio guisar, sino la conversaci­ón picante que siempre propone o acepta Juana.

Ella no habría permitido, jamás, que la Policía le impusiera una multa a uno de sus clientes, por promover, en este caso, actos de inmoralida­d pública.

Con el mismo repentismo de aquella tarde, le habría dicho al agente lo mismo que nosotros, confesos amantes de la expresión más bella del aceite caliente, hubiéramos querido: vea, señor policía, el problema no es con usted sino con ese código que no vale tres tiras de mis empanadas.

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