Para las empanadas de queso
Soy hijo de un albañil y conozco la connotación que en el oficio tiene la palabra empanada. Pero también soy hijo de la cultura gastronómica del maíz, que ha promocionado y facilitado en América Latina la alimentación humana a base de empanadas: ese crujiente manjar que he disfrutado en Buenos Aires, en Popayán, en ‘Los Pinkys’ vecinos de mi casa o en la esquina de la Catedral Metropolitana de Barranquilla.
Colombia es un país de empanadas, tanto de albañilería como de gastronomía. Por ello tanta hilaridad ha causado que agentes de la Policía hayan decidido perseguir la compra de esa delicia, si se adquiere en el sardinel o en la esquina del barrio. No hay derecho a tanto ridículo de uniformados como de senadores, que interpretan y aplican las normas de convivencia ciudadana para perseguir y no educar.
El derecho, como disciplina, es un lenguaje. Un lenguaje para resolver conflictos, no para generarlos. Por eso no comprendo cómo y quiénes enseñan las normas del Código de Policía en las Escuelas, de donde egresaron los oficiales y patrulleros que decidieron perseguirnos a los comelones de empanadas en las calles, bajo el absurdo que promovemos y facilitamos la invasión del espacio público.
La conducta de la Policía no es legal ni justa. Es una empanada de la albañilería interpretativa de una norma jurídica y cívica: Dar de comer al hambriento. Y como soy “empano-maniático”, declaro mi amor incondicional a ese bocado de la carne por dentro. Y si la Policía necesita un profesor de hermenéutica me ofrezco, con la única paga que me dejen comer mis empanadas de queso. Quedo a su orden, mi General. Gaspar Emilio Hernández