El Heraldo (Colombia)

Dolor y gloria

- Por María Fernanda Matus @MariaMatus­V maria.matus.v0@gmail.com

El dolor no tiene edad, pero a la edad le atrae el dolor. Así que con los años aparecen malestares que en la juventud no se sienten con tanta intensidad. Dolores físicos y emocionale­s. La aceptación y conciencia del dolor. Desde el insomnio hasta la estenosis espinal lumbar. Explorar en el dolor las frustracio­nes y los aciertos de la vida son pincelazos de la más reciente película de Pedro Almodóvar: Dolor y gloria.

Salvador Mallo es un director de cine que padece de impotencia creativa, estimulada por la incapacida­d física. Los profundos pesares lo llevan a alejarse de su exitosa carrera. Las extensas jornadas de rodaje exigen un buen rendimient­o mental y físico. Mallo, no está en óptimas condicione­s para aguantar semejante carga. Entonces, abandona el oficio. Se encierra en su lujoso apartament­o, escondido del presente, aferrado a la soledad y —en medio de ella— descubre la complejida­d del dolor. La tristeza lo consume. La ausencia del set y la imposibili­dad de hacer cine son más dolorosas que la incomodida­d lumbar. Siente un cordojo latente.

El insomnio y la asfixia lo persiguen, mientras escribe sobre recuerdos de la infancia, el primer deseo, la mirada de extrañeza de su madre y de los demás ante su peculiar manera de ser; la juventud, el cine, el amor y desamor; los momentos de gloria. La decadencia llega a los sesenta años, cuando empieza a fumar heroína para olvidar el dolor físico que resulta inaguantab­le. El dolor emocional es inevitable y no existen analgésico­s reales para él. La única forma de calmarlo es haciendo cine, pero ya no puede. Así que ese es su mayor calvario.

Almodóvar retrata una parte de sí mismo en este film. Aunque no es autoficció­n, la pieza audiovisua­l cuenta parte de su historia. También juega con la exageració­n de los recuerdos y la posibilida­d de imaginar eso que nunca ocurrió. Mallo es Almodóvar y no lo es. En el festival de Cannes relató que perdió a un gran amor. Esa pérdida le dolió como si le cor

taran un brazo. No tuvo la oportunida­d de volver a conversar y dejar atrás. En cambio, a Mallo le dio esa opción. Un beso apasionado que le dijo adiós al pasado, que transformó la memoria de un amor doloroso en la nostalgia del ayer.

“Soy muy pudoroso en la vida real, pero mi pudor desaparece cuando escribo y dirijo, en esos momentos estoy desnudo y me siento totalmente libre. Por supuesto, la película habla del cine y de la importanci­a del cine en mi vida. Podría decir que el cine es mi vida o que mi vida es el cine. La auténtica droga de la película es el cine, no la heroína, la verdadera dependenci­a de Salvador es la de seguir haciendo películas, el cine le ha vampirizad­o por completo”, afirma Almodóvar. Y lo refleja a la perfección en la película. Ese juego entre los diferentes dolores. A pesar de los múltiples lamentos, escribir es el único escape para Mallo. En medio del conticinio recuerda. Luego, la inhabilida­d para rodar sus creaciones. Ahí regresa el dolor más fuerte. El que no calma ni la heroína ni la morfina. Aquel que necesita la vida… esa vida en el cine. Su única vida. Su razón de ser. Y sí, el amor por lo que se hace tal vez apacigüe el más profundo de los dolores.

Dolor y gloria está en su última semana. No se la pierdan.

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