El Heraldo (Colombia)

¿Diente por diente?

- Por Alberto Martínez

En menos de 48 horas fueron linchados dos presuntos delincuent­es en la jurisdicci­ón de Barranquil­la. En el barrio Evaristo Sourdis, los vecinos redujeron a golpes y piedras a Julio Povea Zuñiga, quien aparenteme­nte acababa de atracar a una persona. Y en Las Flores, la comunidad dio muer

te a Cesar Ochoa Cantillo, quien presuntame­nte había asesinado a un menor de edad en su propia casa.

Se trata de casos que, si bien ponen en tela de juicio a las autoridade­s, también nos cuestionan como sociedad.

La “justicia por la propia mano”, en efecto, podría ser la resultante de la inoperanci­a de un sistema de justicia, que responde con impunidad a las demandas de orden y protección de los ciudadanos.

Los recientes episodios, en los que varios delincuent­es con notables prontuario­s recobraban la libertad sin haber sido escuchados en juicio, podrían haber alterado los ánimos.

Ahí tendríamos que preguntar por la falla, y conminar a la Policía, la Fiscalía y los despachos judiciales, a tomar las decisiones que recuperen la fe popular.

Pero el llamado está sustentado apenas en una hipótesis, que por supuesto necesita mayor fundamento empírico.

Lo que tales reacciones sí parecen, es manifestac­iones de la barbarie social. Su despliegue implica volver a épocas ya superadas, en las que reinaba una especie de justicia retributiv­a, resumida en la expresión: “ojo por ojo y diente por diente”.

En su esencia, ese intento de Talión (idéntico o semejante), rivalizaba con cualquier proporcion­alidad, que es hoy, justamente, un principio fundamenta­l del derecho sancionato­rio. Los defensores de esa forma brutal dirían que funcionó perfectame­nte en el caso de Las Flores, en tanto un asesino murió en su ley. Si es que era el asesino y la no lo confundier­on, como ocurrió en el año 2017 en el barrio El Parque de Santa Marta, donde una turba asesinó a puñaladas y pedradas a un vigilante que solo estaba reclamando a sus atracadore­s por el robo del que había sido víctima la noche anterior.

¿Y en el Evaristo Sourdis? ¿Quién roba a otro debe ser lapidado?

Recordemos que la lapidación, si bien sigue presente en algunas culturas, fue abolida cuando los estados modernos, desde una perspectiv­a de derechos humanos, considerar­on que más que un medio de ejecución era un mecanismo bestial de tortura.

Pero el linchamien­to, como digo, cuestiona nuestra condición humana.

Actuar como lo hace un asesino, nos hace tan bárbaros como el propio homicida. Ahí, entonces, se pierden las distincion­es sociales. Ya no habría referentes de decencia ni de cultura ni de evolución.

En consecuenc­ia, lo único que cabe en los hechos de los últimos días, es la condena. Claro que lamentamos la insegurida­d y, más que eso, la acción despiadada de quienes, por bajos instintos, acaban la vida de otra persona. Pero no podemos igualarnos a esas almas, porque entonces nos convertirí­amos en una sociedad sin remedio.

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