¿Diente por diente?
En menos de 48 horas fueron linchados dos presuntos delincuentes en la jurisdicción de Barranquilla. En el barrio Evaristo Sourdis, los vecinos redujeron a golpes y piedras a Julio Povea Zuñiga, quien aparentemente acababa de atracar a una persona. Y en Las Flores, la comunidad dio muer
te a Cesar Ochoa Cantillo, quien presuntamente había asesinado a un menor de edad en su propia casa.
Se trata de casos que, si bien ponen en tela de juicio a las autoridades, también nos cuestionan como sociedad.
La “justicia por la propia mano”, en efecto, podría ser la resultante de la inoperancia de un sistema de justicia, que responde con impunidad a las demandas de orden y protección de los ciudadanos.
Los recientes episodios, en los que varios delincuentes con notables prontuarios recobraban la libertad sin haber sido escuchados en juicio, podrían haber alterado los ánimos.
Ahí tendríamos que preguntar por la falla, y conminar a la Policía, la Fiscalía y los despachos judiciales, a tomar las decisiones que recuperen la fe popular.
Pero el llamado está sustentado apenas en una hipótesis, que por supuesto necesita mayor fundamento empírico.
Lo que tales reacciones sí parecen, es manifestaciones de la barbarie social. Su despliegue implica volver a épocas ya superadas, en las que reinaba una especie de justicia retributiva, resumida en la expresión: “ojo por ojo y diente por diente”.
En su esencia, ese intento de Talión (idéntico o semejante), rivalizaba con cualquier proporcionalidad, que es hoy, justamente, un principio fundamental del derecho sancionatorio. Los defensores de esa forma brutal dirían que funcionó perfectamente en el caso de Las Flores, en tanto un asesino murió en su ley. Si es que era el asesino y la no lo confundieron, como ocurrió en el año 2017 en el barrio El Parque de Santa Marta, donde una turba asesinó a puñaladas y pedradas a un vigilante que solo estaba reclamando a sus atracadores por el robo del que había sido víctima la noche anterior.
¿Y en el Evaristo Sourdis? ¿Quién roba a otro debe ser lapidado?
Recordemos que la lapidación, si bien sigue presente en algunas culturas, fue abolida cuando los estados modernos, desde una perspectiva de derechos humanos, consideraron que más que un medio de ejecución era un mecanismo bestial de tortura.
Pero el linchamiento, como digo, cuestiona nuestra condición humana.
Actuar como lo hace un asesino, nos hace tan bárbaros como el propio homicida. Ahí, entonces, se pierden las distinciones sociales. Ya no habría referentes de decencia ni de cultura ni de evolución.
En consecuencia, lo único que cabe en los hechos de los últimos días, es la condena. Claro que lamentamos la inseguridad y, más que eso, la acción despiadada de quienes, por bajos instintos, acaban la vida de otra persona. Pero no podemos igualarnos a esas almas, porque entonces nos convertiríamos en una sociedad sin remedio.